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El ser humano dispone de diferentes órganos sensoriales que hacen posible la percepción de las diferentes características y variaciones del entorno. La visión, el oído o los receptores térmicos, el gusto y el olfato. No todos estos sistemas funcionan completamente al nacer. Algunos, como el oído, están bastante desarrollados, mientras que otros como la visión, lo están menos pero progresan rápidamente.

Por ejemplo, el sistema visual es muy complejo y consta, como partes fundamentales, del ojo, que registra las variaciones de luminosidad, del nervio óptico que transmite la información que llega hasta el cerebro, y del córtex visual, situado en el cerebro, donde se analiza la información. El cristalino tiene que enfocar a través de los músculos ciliares para poder ver las imágenes con nitidez. La retina está formada por millones de receptores que son sensibles a la luz.

Hoy sabemos que el recién nacido es capaz de ver, aunque no de la misma forma que un adulto. La retina está más o menos completa, pero el córtex visual no. La capacidad de enfoque es reducida, la convergencia binocular (capacidad para enfocar los dos ojos hacia el mismo punto) también es mínima al igual que la agudeza visual. Lo que tampoco puede hacer es atribuir un significado a los objetos.

Desde el momento del nacimiento el bebé no solo distingue la luz de la oscuridad, sino que se interesa sobre todo por las zonas de transición de intensidad luminosa. Esto tiene un valor adaptativo, ya que va a facilitar la diferenciación de unas figuras de otras.

Prefieren las figuras con dibujos y las que están en movimiento. Esto se sabe midiendo el tiempo que detiene la mirada en cada figura.

También es capaz de oír y emitir sonidos. La percepción del sonido está ya presente en el útero. Existe predisposición para atender a determinadas frecuencias que coinciden con la voz humana.

El gusto y el olfato sirven para detectar la presencia de determinadas sustancias en el ambiente. En el caso del gusto muestra su reconocimiento y sus preferencias mediante expresiones faciales.

Lo mismo podemos decir del olfato. Los olores que los adultos consideramos agradables producen relajación facial e iniciación de movimientos de succión.

El interés por la cara humana

La identificación de la cara resulta muy importante para nuestra especie. La cara humana atrae la atención desde muy temprano por sus características, siendo un estímulo privilegiado. Presenta un alto grado de contraste, es tridimensional, presenta movimientos tanto en el interior de la cara como respecto al sujeto que la percibe y tiene unos rasgos invariables (ojos, nariz...) que serán muy importantes en el futuro para el reconocimiento de las caras.

El problema que se ha estudiado es si existe un reconocimiento innato de la cara humana o es algo que se va adquiriendo rápidamente después del nacimiento. Hay diferentes opiniones al respecto.

Morton y Johnson (1991) defendieron que los bebes disponen de dos mecanismos para el procesamiento de las caras:

Conspec: seria innato (Innatismo)

Conlerm: empezaría a actuar a partir de los dos meses, permitiría aprender sobre las caras y a diferenciarlas (constructivismo).

El desarrollo de la percepción

El sistema visual se desarrolla con enorme rapidez durante los primeros seis meses de vida, edad a la que alcanza un nivel próximo al de los niños mayores y los adultos. La mielinización de las conexiones nerviosas en el córtex visual es muy intensa durante los primeros meses y las neuronas, escasamente conectadas con otras en el momento del nacimiento, pasan a formar una red muy densa de fibras.

Igualmente su capacidad de seguir un objeto que se desplaza aumenta considerablemente. Las capacidades perceptivas más simples tienen que ser construidas laboriosamente por los niños durante sus primeros meses de vida.

Desde el punto de vista visual es necesario que se establezca:

La constancia de la forma: los objetos son reconocidos como si tuvieran la misma forma aunque se vean desde perspectivas distintas.

La constancia del tamaño: la imagen retiniana de un mismo objeto situado a diferentes distancias tiene un tamaño diferente, pero el objeto se identifica como si tuviera el mismo tamaño.

Estas dos constancias no son innatas.

Otra adquisición es la percepción de la profundidad, que está ligada a la constancia del tamaño. Esta capacidad se adquiere cuando el niño empieza a gatear.

La imitación

Para Piaget la imitación, considerada como el acto mediante el cual se reproduce un modelo, era una manifestación más de la inteligencia sensoriomotriz y su adquisición seguiría por tanto, el mismo proceso, los mismos estadios de desarrollo que veremos en el próximo apartado.

Desde finales de los años 70 diversos trabajos han mostrado que niños recién nacidos imitan a adultos que sacan la lengua o mueven los labios delante de ellos. Meltzoff y Moore (1977) presentaron datos bastante sólidos sobre la existencia de imitaciones tempranas de conductas faciales y manuales en bebes de 2-3 semanas. Estos autores sostenían que estás imitaciones muestran la existencia de una capacidad, probablemente innata, de representación en los recién nacidos que les permitiría realizar el emparejamiento en el modelo visual y la propia acción del sujeto.

Mas tarde el bebe realiza imitaciones diferidas , que consisten en realizar la conducta de imitar cuando el modelo ya no está presente.

Estos datos sobre habilidad temprana de imitación directa y diferida ponen de manifiesto la capacidad que poseen los bebés para actuar a partir de una representación almacenada de estímulos o situaciones perceptivas no presentes y que está capacidad, al contrario de lo que sostenía Piaget, no es la culminación del desarrollo sensiomotriz sino que es un punto de partida del mismo.

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