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Al estudio del pensamiento, cuyo aprendizaje había considerado Koffka “la tarea definitiva de la evolución”, dedicó Wertheimer los últimos años de su vida.

Concretamente al “pensamiento productivo”, como tituló su libro, publicado póstumamente, en el que quiso presentar la interpretación del proceso del pensamiento desde la perspectiva de la Gestalt (Wertheimer, 1945/1991).

Wertheimer distinguió con nitidez el pensamiento propiamente productivo o creador, capaz de enfrentarse a situaciones y problemas nuevos con respuestas y soluciones originales, del meramente “reproductivo”, mecánico, repetitivo y memorístico. Su trabajo era muy crítico con las que consideraba como principales teorías sobre el pensamiento, la teoría lógica y la teoría asociativa, que entendía insuficientes. Porque la lógica, si bien proporciona reglas que garantizan la corrección del pensamiento, no es capaz sin embargo de conducir al hallazgo de soluciones nuevas para los problemas cotidianos. Tampoco lo es la teoría la asociación, ya que las asociaciones se adquieren mediante el aprendizaje y el hábito, mientras que el pensamiento productivo tiene que habérselas siempre necesariamente con materiales novedosos. Así, Wertheimer rechazaba terminantemente las prácticas de aprendizaje basadas en la repetición mecánica y memorística que se derivan de la concepción asociacionista del aprendizaje: aunque útiles hasta cierto punto para adquirir determinados materiales como nombres o fechas, que deben memorizarse por asociación y consolidarse por repetición, su utilización habitual conduce más a una ejecución mecánica que a un pensamiento verdaderamente creador.

Para la realización de sus estudios, Wertheimer utilizó procedimientos y materiales diversos, desde la observación de cómo resuelven los niños sencillos problemas geométricos, aritméticos y cotidianos, al análisis del proceso de construcción de las teorías físicas de Galileo y Einstein. En todos ellos halló pruebas fehacientes de un pensamiento llevado a cabo en términos de totalidades en el que la solución surge gracias a la captación de las relaciones estructurales implicadas en el problema.

Veamos un ejemplo. Dos niños, A y B, de 12 y 10 años respectivamente, juegan al bádminton. A, el mayor, gana sistemáticamente a B, que se desmoraliza y abandona el juego. A le recrimina entonces a B que se rinda, lo que hace imposible seguir jugando.

Al poco, sin embargo, A parece comprender la falta de sentido que tiene jugar a un juego en que el contrincante no tiene la menor posibilidad de ganar, y le propone jugar de otra manera: se tratará ahora de ver cuántos raquetazos consiguen dar sin que el volador caiga al suelo. El juego competitivo se transforma así en un juego cooperativo, y los dos niños continúan jugando tan contentos.

En el análisis de Wertheimer, la raíz del problema se halla aquí en el delicado equilibrio que debe haber en todo buen juego entre pasar un buen rato juntos y tratar de derrotar al otro. En el caso del ejemplo, ese equilibrio se rompe, y la situación deja de ser lúdica para convertirse en desagradable. La parte “oponerse a” ha dejado de funcionar adecuadamente en la estructura total del juego. Por eso surge el problema, cuya solución pasará por reestructurar la situación de modo que de la competencia de las partes se pase a la cooperación entre ellas: A y B, las partes de la situación o estructura total, dejan de ser ahora antagonistas para cooperar en el logro de un objetivo que les es común.

De este y otros ejemplos que se analizan detenidamente en el libro, Wertheimer terminaba extrayendo algunas conclusiones fundamentales:

  1. Por lo pronto, el reconocimiento de la existencia de procesos de pensamiento que califica de “genuinos, bellos, pulcros, directos”, los pensamientos “productivos” (Wertheimer, 1945/1991, p. 198), que consiguen mantenerse a pesar de la multitud factores externos que actúan en su contra (los hábitos ciegos, los prejuicios, determinados intereses y ciertas formas de enseñanza escolar repetitiva, entre otros).
  2. En segundo lugar, la constatación de que los factores y las operaciones esenciales de esos procesos (como el agrupamiento, la reorganización y otros) se adecuan a la estructura de la situación, pero no han sido debidamente atendidos por las aproximaciones tradicionales al estudio del pensamiento.
  3. Estas operaciones, además, sostiene Wertheimer, no se refieren a las partes de la situación sino a sus características globales; de modo que los elementos de la situación aparecen y funcionan en ellas como las partes de un todo, cada una ocupando el lugar y desempeñando el papel que en ese todo le corresponde.
  4. Wertheimer reconoce que en estos procesos de pensamiento productivo también intervienen las operaciones que los enfoques tradicionales sí han tenido y tienen en cuenta (como la asociación, la conceptualización o la abstracción), pero, insiste, lo hacen siempre en función del todo de que se trata en cada caso.
  5. Y, añade, se desarrollan siempre de una manera coherente, por más dificultades a las que hayan de hacer frente; no son, por tanto, el resultado de la agregación, yuxtaposición o sucesión de acontecimientos al azar.
  6. El pensamiento productivo, por último, implica para Wertheimer una actitud sincera y no meramente aparente de compromiso con la verdad estructural por parte del individuo que piensa de modo creador.

De este modo contribuía Wertheimer a mantener vivo el interés por un tema, el del pensamiento, que había quedado prácticamente fuera de la psicología de la época (Gondra, 1998).

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