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El funcionalismo disfrutó de su edad de oro al comienzo del siglo XX. La psicóloga Edna Heidbreder (1961) lo consideraba como el baluarte de la psicología norteamericana frente a las escuelas de Wundt y Titchener. De hecho, en los Estados Unidos la expresión «nueva psicología» casi llegó a ser sinónimo de funcionalismo.

En efecto, el funcionalismo fue un producto típicamente americano. Sin embargo, no constituyó una escuela en sentido estricto y no puede entenderse sin tener en cuenta las influencias que recibió, algunas de las cuales —como el evolucionismo— procedían de Europa. No constituyó una escuela de psicología en sentido estricto porque no tuvo un líder ni una doctrina sistematizada. Su unidad le venía dada por una determinada manera de entender lo psicológico —basada en el evolucionismo— y una concepción de la psicología como algo socialmente útil. En torno a eso hubo funcionalistas con perspectivas distintas y que trabajaron en diferentes áreas: la psicología genética (luego llamada evolutiva o del desarrollo), la psicología diferencial, la psicología social, la educación, la psicología comparada (que algunos autores convertirían en psicología animal), la psicometría, la psicología del trabajo, etc. A ello debemos añadir que dentro del propio funcionalismo había perspectivas más funcionales que otras, es decir, más proclives a teorizar lo psicológico en términos de funciones (o sea, de lo que los sujetos hacen) y no de estructuras o mecanismos (mentales o fisiológicos). No obstante, aquí supondremos que los funcionalistas más fieles a su propia perspectiva fueron los primeros, es decir, los que se alejaron del estructuralismo y el mecanicismo.

En este tema, tras recordar las raíces históricas del funcionalismo, nos detendremos en cuatro de los funcionalistas que mayor preocupación mostraron por la fundamentación teórica de la psicología: William James, John Dewey, James Mark Baldwin y George H. Mead. Dedicaremos asimismo un apartado a la psicología comparada, que tiene en común con el funcionalismo su intersección con el evolucionismo y, en algunos casos, una marcada sensibilidad funcional a la hora de entender la actividad de los animales.

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