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Si el trabajo de Ebbinghaus desafiaba la negativa de Wundt a estudiar experimentalmente los procesos superiores, sometiendo a medición a la memoria, la escuela de Wurzburgo llevará aún más lejos ese desafío, planteándose el análisis experimental del propio pensamiento. Aunque Wundt optaba para su estudio por un enfoque histórico-etnográfico, entre sus discípulos y colaboradores más cercanos y apreciados, algunos se propusieron precisamente romper esa división, apostando por un estudio del pensamiento mediante introspección experimental. Así lo hizo Oscar Külpe (1862-1915), uno de los colaboradores más prestigiosos de su laboratorio, que dejará Leipzig en 1894 para desplazarse a Wurzburgo, donde desarrollará durante quince años todo un programa de investigación en torno al análisis experimental del pensamiento.

Nacido en Kandau (Letonia), Külpe estudió fisiología, filosofía, psicología e historia en Leipzig, Gotinga y Berlín, doctorándose con Wundt en 1887. Tras colaborar con él en el laboratorio durante más de diez, ocupándose sobre todo de cronometría mental y cuestiones relacionadas en la teoría de los sentimientos, Külpe empezó a separarse de su maestro en varios puntos. Así, en 1893 publicó su propio manual de Principios de Psicología (Külpe, 1893/1999), donde rechazaba explícitamente la idea de “causalidad psíquica” de Wundt, acercándose tanto a un positivismo sensualista como a un cierto reduccionismo fisiológico (Danziger, 1979). Poco después, en 1902, el mismo Külpe se alejaría de estas tendencias positivas y reduccionistas, pero no para volver a acercarse a Wundt. Antes bien, se opondrá a la idea wundtiana de que todos los contenidos mentales son conscientes y representacionales, así como a la idea de que podemos acceder a ellos de forma inmediata. Külpe tampoco comparte con Wundt la estricta separación entre fenómenos psíquicos inferiores y superiores –especialmente en lo que se refiere a la ineficacia de la experimentación para estos últimos (Kusch, 2006).

Tanto él como sus colaboradores se proponen precisamente someter el pensamiento a introspección experimental, recurriendo a amplios auto-informes que los sujetos ofrecerán de forma retrospectiva, una vez finalizada la prueba (recordemos que Wundt exigía que los resultados se recogieran en el mismo momento y sin tiempo para que el sujeto pudiera reflexionar sobre ellos). Este es el programa de investigación que desarrollará en Wurzburgo, donde Külpe fundará, junto a Karl Marbe (1869-1953), otro antiguo alumno de Wundt, otro laboratorio de Psicología (convertido después en un Instituto de Psicología).

Cronológicamente, el movimiento comienza en 1901, con una investigación sobre la clasificación de las asociaciones por parte de dos estudiantes de Marbe: Mayer y Orth. Su objetivo es llevar este problema, propio de la lógica, al laboratorio, para tratar de hacer una clasificación de tipo “psicológico”. Para ello, diseñan una tarea de asociación libre y piden a los sujetos que relaten los estados mentales que tengan lugar entre la presentación de los estímulos (verbales) y su reacción. En el momento de analizar los informes de los sujetos, los investigadores entrevén, más allá de imágenes y voliciones, un grupo de estados o fenómenos de conciencia difíciles de describir, que no forman parte de las categorías convencionales. A estos estados los van a llamar Bewusstseinslagen, que podemos traducir como “actitudes de conciencia”. Ese mismo año, Marbe encontraría datos parecidos durante una investigación sobre la operación mental que llamamos “juicio”. Marbe pide a los participantes que levanten dos cuerpos cilíndricos que tienen la misma apariencia y comparen su peso (de 25 y 110 gramos respectivamente) y digan (juzguen) cuál es el más pesado. Inmediatamente después de responder, Marbe les pide que informen sobre lo que han vivido durante la resolución de la tarea. El objetivo es acceder a lo que ha pasado en la conciencia antes de que den su respuesta. En sus conclusiones, Marbe, además de descartar la naturaleza psicológica del juicio (oponiéndose a su antiguo maestro de Leipzig, que lo define como el análisis de una representación compleja) y afirmar su naturaleza puramente lógica (en la línea de las críticas lanzadas por Husserl a Wundt) 3 , afirma encontrar en sus informes verbales que el juicio se acompaña en ocasiones de sensaciones o imágenes, pero también, a menudo, de hechos difíciles de describir, las llamadas “actitudes de conciencia”.

Siguiendo un método diferente, en 1905, otro investigador del laboratorio, Henry Watt (1879-1925), va a dar cuenta de otros fenómenos semejantes. En lugar de recurrir a la asociación libre, la tarea planteada a los sujetos está dirigida por instrucciones precisas, como por ejemplo, encontrar un concepto supraordenado (por ejemplo, para “paloma” un concepto supraordenado sería “ave”), un concepto subordinado (por ejemplo, para “mueble” podría ser “silla”), un todo o una parte en relación con un estímulo verbal (palabra) determinado. Se trata del “método de las instrucciones”, con el que Watt distinguirá cuatro estadios del pensamiento (preparación, aparición de la palabra inductora, búsqueda de la palabra inducida y aparición de la palabra en cuestión). Ahí también Watt encontrará estados inefables, de una naturaleza difícil de precisar, como la “conciencia de una dirección”, de una significación previa a la palabra o la imagen, así como tendencias, que serían algo así como la mecánica del pensamiento. La unidad del pensamiento vendría dada por la consigna o instrucción, por el tema, que daría al pensamiento un impulso organizador.

Con una técnica parecida a la consigna, pero un poco más sutil, que trata de acercarse al máximo al pensamiento libre, normal y espontáneo, en 1906 August Messer (1867-1937) llevará a cabo también una serie de investigaciones experimentales. Su objetivo es explorar los fenómenos que tienen lugar en la conciencia durante una variedad de procesos más o menos simples del pensamiento. En todos los casos, detecta una especie de saber puro, libre de toda mezcla sensible, elementos “no representados” muy diversos. Retoma el término de Bewusstseinslagen para referirse a ellos y trata incluso de clasificarlos. En todo caso, identifica todas estas “actitudes de conciencia” con el campo de experiencias que otros autores (como Benno Erdmann) habían llamado “pensamiento no formulado” o “intuitivo”. Finalmente, Messer encuentra que los procesos del pensamiento conllevan también una dirección, un elemento director, que les da unidad y continuidad. Finalmente hablará de una especie de “montaje” inconsciente que nos hace recoger las impresiones exteriores y responder a ellas de ciertas maneras.

Al relacionar las “actitudes de conciencia” con el pensamiento en general, Messer contribuye definitivamente a la formación de la teoría de la Escuela de Wurzburgo acerca de la existencia de un “pensamiento sin imágenes”. Las investigaciones de Karl Bühler (1879-1963) vendrán a culminarla. Si las primeras investigaciones se mostraban aún muy tentativas, con Bühler el enfoque se va a radicalizar. En su tesis de habilitación, “Datos y problemas relativos a una psicología de los procesos de pensamiento”, publicada en tres ensayos entre 1907 y 1908, Bühler parece incluso ironizar sobre el trabajo de sus predecesores: él quiere saber lo que pasa cuando la gente piensa, y esto no puede estudiarse con técnicas de asociación libre o tareas simples como la comparación de pesos (Humphrey, 1951). Bühler va a utilizar directamente aforismos filosóficos, poéticos o problemas filosóficos complejos, y sólo utilizará para sus análisis las repuestas de sujetos tan entrenados como el propio Külpe. La ventaja de los buenos aforismos, como por ejemplo “Pensar es tan extraordinariamente difícil que muchos prefieren opinar”, consiste en que hay que pensar para comprenderlos. Por tanto, se pueden formular preguntas como “¿Comprende usted...?”, “¿Es correcto que...?”. Los problemas filosóficos podían ser del tipo: “¿Ha conocido la Edad Media el teorema de Pitágoras?” o “¿La teoría física de los átomos puede ser falsada por nuevos descubrimientos?”. Las preguntas, como vemos, eran complejas, pero formuladas de modo que el sujeto pudiera responder con una respuesta sencilla, de forma que su atención pudiera concentrarse sobre la observación interna. Además, Bühler elige los enunciados en función de los gustos y preferencias de los participantes por ciertos filósofos y poetas, pues consideraba que la motivación y el placer por la tarea eran condición indispensable para provocar el pensamiento.

Aunque Bühler recoge como dato el tiempo entre la lectura del enunciado y la respuesta del sujeto, no tiene realmente en cuenta estas medidas en el análisis de sus resultados. La investigación apunta más bien a ver, a través de la introspección, qué ha percibido el sujeto durante el proceso de pensamiento.

A partir de esos análisis, Bühler concluye que nuestra experiencia de pensamiento está constituida por representaciones sensoriales de modalidades diferentes, de sentimientos, así como de “movimientos particulares de la conciencia” (en la línea de los encontrados por sus colegas de laboratorio), a los que decide llamar también provisionalmente Bewusstseinslagen. Los define como momentos decisivos del proceso del pensamiento que no tienen ni cualidad ni intensidad sensorial. En la medida en que las imágenes (representaciones) que encontramos en el pensamiento son elementos fragmentarios, esporádicos, azarosos, no podemos considerarlos como el vehículo del pensamiento, que es continuo. Sólo podemos considerar los “pensamientos” como las verdaderas partes constitutivas de nuestras experiencias. Junto a las sensaciones y los sentimientos, el pensamiento debe ser considerado, pues, como una nueva categoría mental. Tiene articulaciones propias y constituye una unidad, formada de partes dependientes. Bühler distingue entre tres tipos, momentos o rasgos, del pensamiento, a saber:

  1. la conciencia de la regla, el hecho de saber el método que permite resolver un problema, como un conocimiento anticipado del camino a seguir;
  2. la conciencia de relación, la noción de relaciones internas que se establecen en el seno de un pensamiento que se dibuja o que vinculan este pensamiento a otros; nos acordamos de una relación de oposición o de coordinación entre elementos, sin que sepamos exactamente cuáles eran los elementos que se coordinaban o se oponían;
  3. la intención, la pura significación despojada de su contenido, la pura dirección hacia un objeto, desvinculada de toda determinación relativa al objeto.

La intención se define precisamente en los términos que encontrábamos en Brentano y Husserl. De hecho, Bühler recurre a una parte de la terminología empleada por Husserl en sus Investigaciones Lógicas (1901), cuya metodología elogiaba ya desde el inicio de su trabajo (Kusch, 2006). Las referencias a Husserl, en todo caso, aparecían ya en los trabajos de Messer de 1906 así como después, en su libro Sensación y pensamiento, de 1908, que constituye a la vez una introducción a la psicología moderna y a las Investigaciones Lógicas de Husserl.

Este desplazamiento de la escuela de Wurzburgo hacia una psicología del acto sería sin duda contestado por Wundt, que siempre se mostró contrario a Brentano y sus discípulos. Para Wundt, que había utilizado su autoridad, por ejemplo, para rechazar la publicación de artículos de A. Meinong en la revista Archiv für Psychologie, se trataba de una psicología reflexiva y escolástica que haría perder a la revista su carácter científico (Kusch, 2006: 157-158). La reacción pública de Wundt, en todo caso, se produjo sólo a partir de la publicación de la primera parte de la tesis de habilitación de Bühler. Lo hizo con un texto donde atacaba el conjunto de las investigaciones de la escuela, desde Marbe y sus conclusiones sobre el carácter esencialmente lógico del juicio hasta Bühler. Como adelantábamos ya en el capítulo 5, Wundt se opone a la utilización del método introspectivo para analizar el pensamiento: si estamos pensando en la respuesta a una pregunta, no podemos a la vez estar atentos a lo que pasa mientras lo hacemos. Bühler, por su parte, añadirá un anexo a la publicación de las dos últimas partes de su trabajo, en respuesta a Wundt, rechazando que su método contradiga sus indicaciones con respecto al uso de una metodología experimental.

En realidad, a lo que Wundt se opone frontalmente es a la idea de un pensamiento puro, absolutamente incompatible con una “psicología de los contenidos”, donde la representación es el fundamento de toda actividad, incluida la apercepción. Para Wundt, la fenomenología hacía de todos los contenidos de conciencia actos lógicos de pensamiento o formas lingüísticas; era una psicología sin psicología. Así, mientras que Husserl combatía el psicologismo (que pretende fundamentar la filosofía sobre la psicología), Wundt se planteaba como tarea combatir el logicismo (Kusch, 2006: 154).

Según reconocerá más adelante en un texto dedicado a su maestro Külpe, sería el propio Bühler el que se habría encargado de introducir la obra de “Brentano y su escuela” en la psicología del pensamiento de Wurzburgo, en parte contra las dudas y la resistencia inicial de su maestro (Bühler, 1922, citado por Kusch, 2006). Por otra parte, mucho más tarde, en su muy posterior Teoría del lenguaje (1934), Bühler lanzará una mirada retrospectiva y crítica sobre estos experimentos y la idea de un “esquema sintáctico vacío”. Justificará entonces su actitud como una tentativa de refutación del “incurable sensualismo de cortas miras de la época”, pero oponiéndose ya a la idea de una gramática pura del pensamiento, a priori, como la que de hecho defendía el primer Husserl (Bühler, 1934/2009: 82-86, 387-391).

En esa búsqueda de un pensamiento puro, la Escuela de Wurzburgo terminaría prácticamente rechazando el valor de las imágenes, reivindicando la existencia de un “pensamiento sin imágenes”. En ese acto, la Escuela privaría a las imágenes de todo contenido intelectual (reducidas a elementos puramente sensibles), alejándose de las formas concretas del pensamiento a favor de una concepción excesivamente abstracta y lógica de la mente. Frente a este panlogicismo, al que se oponía precisamente Wundt, otras líneas de investigación, igualmente críticas con el sensualismo y el atomismo psicológico, subrayarán el carácter intelectual y simbólico de las imágenes, así como la naturaleza esencialmente simbólica del pensamiento en general. Las imágenes, como las palabras o los símbolos matemáticos, serían signos, herramientas con las que trabaja el pensamiento en su relación (bidireccional) con el mundo de las cosas. Esas líneas permitirán vincular el análisis del pensamiento (la significación) con el análisis de los productos culturales, entendidos como expresión y molde del pensamiento a la vez, a los que se dirigía Wundt con su Psicología de los Pueblos. La idea de una naturaleza simbólica del pensamiento encontrará una importante (aunque poco conocida) vía de desarrollo en la psicología francesa, de la mano de Henri Delacroix, especialmente en su obra sobre El lenguaje y el pensamiento (1924), así como de su discípulo Ignace Meyerson (Las funciones psicológicas y las obras, 1947). Otra vía de desarrollo, sin duda, se encontrará en la psicología soviética, de la mano principalmente de Vigotsky, autor de otra obra de igual título bastante más conocida (Pensamiento y Lenguaje, 1934).

Por lo que respecta a las investigaciones de la Escuela de Wurzburgo y su investigación experimental del pensamiento, éstas se encontraron en su momento con el claro obstáculo de Wundt, figura de autoridad del momento, que entendía que ésa no era la vía que debía seguir una psicología científica, y así lo dejó entender a la hora de aceptar o rechazar publicaciones así como de apoyar o no ciertas candidaturas. Los investigadores de la Escuela, en todo caso, encontraron el modo de seguir desarrollando su trabajo. Bühler dejaría Wurzburgo en 1909 para seguir a Külpe a Bonn (1909-1913). Juntos se volverán a desplazar a Munich, donde organizaron el Instituto de Psicología. A partir de 1922, Bühler se trasladará a Viena, donde fundará su propio Instituto. Allí alcanzará un notable reconocimiento internacional, con trabajos como su ya mencionada Teoría del lenguaje (próxima a la concepción simbólica del pensamiento arriba señalada), que sin embargo se difuminará con su forzada huida a los EEUU, con la entrada de los nazis en Viena en 1938.

Entre tanto, en el panorama de las discusiones en torno a una psicología científica, desde los primeros años veinte, la psicología de la Gestalt (ampliamente influida, por otro lado, por la propia Escuela de Wurzburgo) se iría imponiendo al “pensamiento sin imágenes”. Las investigaciones de la Escuela de Wurzburgo sobre los procesos de pensamiento, en todo caso, volverían a despertar interés a partir de los años 50, cuando tras la larga hegemonía conductista, la psicología busca la forma de volver a ocuparse de los procesos cognitivos (como muestra el propio trabajo de Humphrey, 1951). Esta “recuperación”, sin embargo, se dará de forma casi anecdótica, pues para ese momento el análisis del pensamiento, atravesado ya por la metáfora del ordenador y el procesamiento de la información, excluirá la posibilidad de toda forma de introspección. Esta última, en todo caso, viene despertando en los últimos años el interés de una parte de la fenomenología (Friedrich, 2008).

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