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Paralelamente a este desarrollo inicial de las ciencias humanas y de la cultura marcado inicialmente por el modelo humboldtiano y su ideal de comprensión de la alteridad, la antropología o ciencia general del ser humano se desarrollaba en Francia en términos de una ciencia de la sociedad que aspiraba a resolver los problemas de la misma. Lo hacía en la dirección de una filosofía positivista, anti-especulativa, que terminaría extendiéndose por el conjunto de las ciencias, humanas, sociales y naturales.

Esta ciencia de lo social se desarrollaba en la estela de la filosofía ilustrada sensualista y materialista de los «ideólogos» (de «ideología», como ciencia del origen y naturaleza de las ideas) y su tentativa de establecer las bases de una antropología o ciencia integral del hombre, donde se sintetizaran los aspectos físicos, intelectuales y morales del ser humano. Con el objeto de aprehender el fenómeno humano en su complejidad, los ideólogos fundaron en 1799 la Sociedad de Observadores del Hombre, donde se darían cita la anatomía, el estudio comparado de las lenguas y el conocimiento de los «pueblos salvajes», entre otros.

Auguste Comte: la filosofía positiva y la ciencia de lo social

El término «sociología» para describir una ciencia de la sociedad fue introducido por Auguste Comte, heredero del espíritu de Condillac y de los ideólogos. Lejos de marcar una separación con las ciencias naturales, su trabajo consistió en articularlas, entendiendo la sociedad como una totalidad orgánicamente estructurada. Comte recogía las ideas desarrolladas por Henri Saint Simon (1760-1825), del que fue secretario personal entre 1817 y 1824. Saint Simon, que fue uno de los máximos representantes del llamado socialismo utópico (o primer socialismo), había planteado la necesidad de una ciencia de la organización social en términos de una «fisiología social». Fascinado por el progreso en las matemáticas y las ciencias naturales, especialmente en las llamadas ciencias de la vida, Saint Simon aspiraba a alcanzar una ciencia humana unificada, desde la fisiología y la medicina hasta la ciencia social, que permitiera, en un estilo heredero directo de la Ilustración, una intervención racional a favor de la salud colectiva. Se trata así de un reconocimiento de la dimensión social del ser humano con un claro compromiso práctico.

La filosofía positiva

Como la fisiología social de Saint Simon, la sociología de Comte aparece al servicio de proyectos de reforma y reorganización social. En línea con su racionalismo ilustrado, Comte define esta ciencia como complementaria de la filosofía natural, relacionada con el estudio positivo del conjunto de leyes fundamentales propias de los fenómenos sociales. La sociología de Comte es inseparable de su «filosofía positiva» o «positivismo», que hace referencia a una concepción del conocimiento científico que se opone a la búsqueda de causas que puedan estar más allá de los fenómenos mismos, rechazando toda referencia a abstracciones como las que venían predominando en la filosofía convencional. La sociología de Comte se propone así fundar una ciencia positiva de la sociedad, en un nexo indisoluble con la filosofía misma, en cuya estela se desarrollaría más adelante el proyecto de Emile Durkheim (1858-1917), considerado uno de los fundadores de la sociología contemporánea.

Su visión de la historia, como la de la mayoría de los intelectuales del siglo XIX, estaba basada en la marcha progresiva del espíritu humano como algo que basta para explicar el cambio histórico. Comte planteaba que la historia de cada ciencia, y la de la humanidad en su conjunto, pasaba por tres etapas, a saber: una etapa teológica, donde la gente atribuye los acontecimientos a alguna forma de deidad; una etapa metafísica, donde atribuimos causas a fuerzas o formas abstractas (conceptos metafísicos); y una etapa final, positiva, donde la ciencia busca regularidades entre fenómenos observables. Esta etapa positiva, según Comte, había sido alcanzada primero por las ciencias físicas (en el siglo XVII) y luego por las ciencias biológicas (a principios del XIX). La tarea que él mismo se proponía era llevar la ciencia social a ese estado, es decir, fundar una ciencia positiva de la sociedad: la sociología.

En su esquema, la sociología formaría parte de las ciencias biológicas, junto a la fisiología. Apoyándose en esta última, la ciencia positiva de la sociología estudiaría las relaciones orgánicas más complejas existentes, las del mundo social. En último término, para Comte, el conocimiento de estas leyes nos permitiría fundamentar nuestra acción política, poniéndose así al servicio de la humanidad. En su esquema, entre la fisiología y la sociología Comte no contempla ningún espacio para la psicología. Para él, la psicología, representada en Francia en aquel momento por la filosofía espiritualista de Victor Cousin (1792-1867), se definía por la introspección, y como tal observación interior no podía entenderla como fuente de conocimiento positivo. De forma parecida a las reservas que apuntaba Kant respecto a la introspección, Comte planteaba que una persona no puede dividirse en dos y actuar a la vez como sujeto observador y como objeto observado. Como mucho, podía aceptar la frenología de Franz Joseph Gall (1758-1828) en tanto que teoría fisiológica de las funciones mentales tal y como se pueden observar en el cráneo; pero nunca la introspección.

Comte, en todo caso, más que elaborar los detalles de la ciencia positiva de la sociología por la que abogaba, se dedicó a poner en práctica una religión de la humanidad que nos guiara. En ese sentido, en los primeros años cincuenta publicó un Sistema de política positiva y un Catecismo positivo, llegándose a fundar iglesias comteanas en diferentes puntos del planeta. Estas derivas religiosas, sin embargo, serían consideradas excentricidades por los seguidores más liberales del positivismo.

Karl Marx

A mediados del siglo XIX, en Alemania, tomará fuerza una nueva propuesta para el estudio científico y material de la sociedad, ligado también a un proyecto político socialista. Se trata del proyecto liderado por Karl Marx (1818-1883), quien sin embargo rechazaría utilizar el término de «sociología» puesto en circulación por Comte. Aunque en su temprana juventud recibió la influencia de Saint Simon, que contaba con numerosos seguidores en Alemania, Marx se opuso a la doctrina de Comte, así como al intento de sus seguidores de hacer del positivismo la filosofía del movimiento obrero (Bottomore y Rubel, 1961). En la Universidad de Berlín, Marx estudiaría a fondo el idealismo absoluto de Hegel, cuyo trabajo le parecía muy superior al de Comte, antes de introducirse en las teorías de la economía política de su época. Del sistema hegeliano, al que se opondría desde muy joven, Marx mantendrá aspectos cruciales como su concepción dialéctica, procesual, del conjunto de la realidad, según la cual esta avanza a través de la resolución de contradicciones, pero invirtiendo la relación entre realidad e idea o Espíritu (Geist). En lugar de hacer de la realidad un producto del Espíritu, que se despliega hasta hacerse consciente de sí mismo, Marx hará del Espíritu (identificado ahora no con una idea abstracta sino con la humanidad) un producto de la realidad, es decir, de las condiciones materiales, sociales, económicas, etc. de las que nos hemos dotado. En ese sentido, su propuesta reivindicará la naturaleza esencialmente social e histórica del ser humano (frente a la idea del individuo como una unidad en sí mismo).

Así, mientras que para Hegel el fundamento de la dialéctica es ideal (el despliegue de un Espíritu absoluto hasta su autoconocimiento), para Marx es material: el espíritu, el pensamiento, la conciencia, es resultado de unas determinadas condiciones materiales. Además, mientras para Hegel ese proceso habría llegado a su fase final, con el Estado (prusiano) como culminación del espíritu absoluto (donde todas las contradicciones se habrían resuelto), para Marx ese proceso no había acabado. Lejos de admirar el Estado burgués existente (como expresión autoconsciente del espíritu absoluto), Marx planteará que existen en él nuevas contradicciones como consecuencia de la existencia misma de una nueva clase social, el proletariado (resultado de la industrialización), que habrían de ser resueltas. A este respecto, cabe señalar que Marx, a pesar de su materialismo, lejos de negar la libertad, hizo de ella la verdadera esencia del ser humano. La libertad sería un rasgo inherente al ser humano que, bajo determinadas condiciones materiales, se le había ocultado. El trabajo de Marx consistirá precisamente en estudiar las condiciones materiales en que esta libertad se le ha velado y cómo restaurarla (Smith, 1997). Se trata así de una teoría crítica y revolucionaria que pretende contribuir en la práctica a transformar esas condiciones materiales (sociales, económicas, tecnológicas, etc.).

El análisis histórico de esas condiciones que la humanidad ha creado para sí misma, desde el Imperio Romano y la Edad Media hasta la época moderna, es lo que Engels, amigo y protector de Marx, llamó «materialismo histórico». En ese análisis cobrará una importancia crucial el estudio objetivo del grado de desarrollo de las fuerzas productivas, es decir, de los mecanismos económicos y tecnológicos (desde el esclavismo y el feudalismo hasta la revolución industrial). Sobre esa base material (que recibirá el nombre de infraestructura) se erigen todos los demás productos de la actividad humana como la religión, la moral, el sistema jurídico, el arte o la ciencia (que recibirán el nombre de superestructura). Todas estas instituciones y sistemas culturales, que vendrían a ser una expresión de las relaciones de producción y, a su vez, una legitimación de ese orden existente, conformarían algo así como nuestra mentalidad o conciencia social.

Nuestro pensamiento o conciencia, por tanto, lejos de ser algo abstracto (inmutable, universal...), tendría un fundamento material. «No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia» (Marx, 1859/1989, p. 7). Estudiar a lo largo de la historia cómo la gente ha organizado colectivamente la producción y, en el proceso, ha dado lugar a instituciones y adquirido creencias que legitiman ese orden, negando la realidad de sus circunstancias, se convierte en la base de la sociología concebida precisamente como una herramienta revolucionaria y emancipadora. En la estela de la tradición ilustrada, en definitiva, lo que plantea es que la razón nos hará libres.

Marx y los diferentes autores de la tradición marxista que le seguirán influirán sobre todo en el análisis sociológico, subrayando la preeminencia de las relaciones económicas. Pero también influirán fuertemente en una parte de la psicología, que hará del estudio de nuestra condición histórico-social el núcleo de su programa.

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