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El autoconcepto puede ser considerado como una estructura cognitiva compleja, que se mantiene relativamente estable y unitaria a lo largo de nuestra vida. Pero también como un conjunto de contenidos mentales, articulados y flexibles, que varían en función de las experiencias, metas y necesidades, del contexto.

De esta forma, la autoestima representa una característica psicológica con importantes implicaciones sobre los procesos de autorregulación, el estado emocional y el ajuste psicológico del individuo.

El mantenimiento de una autoestima adecuada se fundamenta, más que en la presencia exclusiva de sentimientos positivos, en otra serie de características, tales como la autenticidad, la congruencia, la estabilidad y la aceptación.

El autoconcepto está representado por el conocimiento que la persona tiene con respecto a sí misma, es decir, por el conjunto de creencias, percepciones, pensamientos y evaluaciones a los que recurre para describir sus características personales. Se trata de una unidad coherente y unitaria, un sistema dinámico, flexible y multifacético que la persona crea y define su manera de ser.

El autoconcepto muestra resistencia a integrar cualquier información que cuestione sus contenidos centrales; siendo, en consecuencia, poco permeable a los cambios que se producen en el entorno del individuo.

La persona es capaz de construir diferentes autoconceptos, cuyo contenido puede variar en función de los distintos contextos en los que se desenvuelva, de los acontecimientos vitales que experimente, de las relaciones sociales que establezca o de los roles sociales que desempeñe.

El autoconcepto posee de este modo una naturaleza social y simbólica, siendo capaz de influir en la selección y el modo de interpretar la información que, referida a uno mismo, se obtiene a partir de las relaciones sociales.

La teoría el modelo mental defiende que lo que cada persona construye acerca de sí misma, viene modulado por la experiencia con sus cuidadores en las primeras etapas de la vida, y por el tipo de vínculo que ha establecido con ellos. Las personas aprenden quiénes son y qué son a partir de las relaciones que mantienen, en las fases iniciales del desarrollo, con los otros más cercanos y significativos, siendo en esta etapa el autoconcepto más moldeable.

1.1 Tipos de contenido

Los contenidos del autoconcepto se articulan de forma flexible y dinámica, dando lugar a una diversidad de representaciones contextualizadas de las características y atributos personales. Desde esta perspectiva, es posible hablar de múltiples “yo”, dependiendo de la situación.

El conocimiento procedimental abarca el conjunto de reglas que el individuo aplica cuando infiere, recuerda y evalúa la información relacionada consigo mismo.

Por el contrario, el conocimiento declarativo incluye la representación mental de los diferentes atributos y peculiaridades que describen a la persona, que se conectan con situaciones y ámbitos de experiencia de distinta índole. Se encuentra también el recuerdo de los episodios personales vividos por el individuo que, además de formar parte de la memoria autobiográfica, permiten la construcción de un autoconcepto más positivo o más negativo, y proporcionan unidad y coherencia a los múltiples autoconceptos o “yo” que coexisten dentro de la misma persona.

Según Markus, los contenidos del autoconcepto pueden variar en función del grado de abstracción que posean, y del marco temporal al que hagan referencia.

Es por ello que algunos de estos contenidos resultan más superficiales en la descripción de la persona (periféricos) mientras que otros están cognitiva y emocionalmente más elaborados (centrales), y resultan más relevantes, como sucede en el caso de los esquemas (repertorio de conductas, capacidad o atributos personales asociados a contextos particulares).

Los esquemas son centrales, están bien elaborados, y se construyen a partir de experiencias similares que se han ido repitiendo en distintos contextos siendo bastante resistentes a la información inconsistente. A pesar de ello cabe decir que los esquemas presentan un cierto grado de flexibilidad.

Por otra parte, y teniendo en cuenta la dimensión temporal con la que se asocien los contenidos del autoconcepto, Markus propone otra posible diferenciación entre los diversos tipos de “yo” o autoconceptos, de tal modo que en la persona puede coexistir un autoconcepto ligado al pasado, otro referido al momento presente, y otro relativo al futuro.

1.2 Estructura del autoconcepto

Existen dos formas a través de las cuales es posible organizar el autoconcepto: el nivel de complejidad y la forma en la que estos se evalúan.

De acuerdo con el modelo de Linville, el autoconcepto complejo es aquel que está compuesto por un amplio número de facetas, entre las cuales hay una gran diferenciación semántica.

Un autoconcepto complejo estará organizado en torno a numerosas dimensiones, las cuales a su vez serán independientes, en el sentido de estar muy poco o nada solapadas entre sí.

Se adquiere a partir del aprendizaje y la experiencia social de la persona. Cuanto más variada sea la experiencia del individuo en diferentes ámbitos, y cuanto mayor sea el número de roles que desempeñe, mayor será también la probabilidad de que las facetas de su autoconcepto estén diferenciadas.

La complejidad en la organización del autoconcepto es contemplada por Linville como una característica bastante estable, y consistente a través de las diferentes situaciones. Por lo tanto, representa una variable disposicional a partir de la cual se pueden establecer diferencias interindividuales.

Cada faceta del autoconcepto, además de tener unas características definitorias, presenta una cualidad emocional. De esta forma una persona se sentirá mejor cuando adquieran relevancia los aspectos de sí misma que estén asociados a emociones positivas; y peor cuando lo hagan las facetas que estén conectadas a emociones negativas (Efecto de propagación emocional).

Si el grado de dependencia emocional entre las facetas es muy bajo, o nulo, los posibles altibajos afectivos que se detecten en una faceta apenas afectarán, o no lo hará en absoluto, al tono afectivo que tenga el resto.

Si entre las facetas existe un alto grado de interrelación emocional, la activación de una de ellas dará lugar a que su respuesta emocional se transmita a través de todas las demás con las que esté conectada; adoptando todas ellas la misma cualidad emocional que la primera.

Linville plantea dos hipótesis: la primera de ellas, denominada hipótesis de la extremidad afectiva, establece que las personas que tengan un autoconcepto con baja complejidad presentarán una mayor variabilidad en su estado de ánimo, y en la evaluación que hagan sobre aspectos de sí mismas, después de la ocurrencia de algún acontecimiento vital. Si el acontecimiento es de tipo negativo, es esperable que estas personas disminuyan su valoración personal y presenten un estado de ánimo más negativo. Si, por el contrario, el acontecimiento experimentado es de carácter positivo, aumentarán su valoración personal y el estado de ánimo positivo.

Según la segunda hipótesis denominada hipótesis amortiguadora, se espera que la complejidad del autoconcepto actúe como un moderador en la relación del estrés con la salud física y psicológica del individuo. De este modo, ante una situación estresante, las personas que posean un autoconcepto complejo sufrirán menos consecuencias negativas sobre su salud, ya que el estrés sólo afectará a unos pocos componentes de su autoconcepto. En consecuencia, su efecto sobre los pensamientos y las emociones negativas será menor, y estará más limitado.

Un segundo modelo que enfatiza la importancia de la organización en las categorías que componen el autoconcepto, es el propuesto por Showers. Según Showers, a la hora de configurar el autoconcepto, es necesario considerar la valoración que hace el individuo sobre sus propias descripciones; valoración ésta que puede ser positiva o negativa. En función de esta valoración el autoconcepto puede organizarse de dos formas diferentes:

  1. Organización evaluativa compartimentalizada. El autoconcepto se compone, básicamente, de categorías separadas donde cada una de ellas engloba, exclusivamente, descripciones valoradas, bien de forma positiva, o bien de forma negativa.
  2. Organización evaluativa integrada. El autoconcepto se compone de categorías separadas, conteniendo cada una de ellas una serie de descripciones valoradas simultáneamente de forma positiva y negativa. Estas descripciones, aun siendo de valencia diferente, son conectadas por la persona de forma que tengan sentido para ella. Por ejemplo, un individuo puede describirse de forma integrada en su rol profesional, empleando una combinación de frases positivas y negativas.

1.3 Motivaciones relacionadas con el autoconcepto

La motivación de autoensalzamiento consiste en la exaltación de las cualidades positivas del autoconcepto, y en la minimización de las negativas, para conseguir así un mayor éxito en las interacciones sociales y en los objetivos planteados, a pesar del riesgo que comporta.

Mediante la comparación con los demás es posible llegar a reconocer y valorar de manera más positiva los aspectos personales. Existen dos tipos de comparaciones sociales:

  • Comparación hacia abajo. Las cualidades personales se colocan en un plano superior donde se sitúan las cualidades de los demás. Así, se exageran los atributos y las capacidades personales mediante la devaluación de las cualidades de los demás. Por ejemplo, “he conseguido comprarme el coche yo solo, mientras que a mi amigo Juan le ha ayudado su padre”.
  • Comparación hacia arriba. Se comparan los atributos o las circunstancias personales con las de otras personas pensando que están mejor que uno mismo, por ejemplo “puedo llegar a nadar tan bien como lo hacen algunos de mis compañeros”.

Se ha constatado que las personas que realmente tienen una autoestima adecuada presentan niveles de autoensalzamiento moderados; es decir, no necesitan extremar la valoración positiva de sus atributos, siendo capaces, además, de aceptar razonablemente bien sus características menos favorables.

Por otra parte, el uso frecuente del autoensalzamiento puede generar, en el entorno social, respuestas, más que de reconocimiento, de desaprobación; ya que los individuos que lo utilizan de forma habitual pueden resultar excesivamente arrogantes y poco creíbles.

La motivación de consistencia o de autoverificación, en cambio, hace referencia a la necesidad que tienen las personas por perpetuar el contenido de su autoconcepto, seleccionando para ello aquella información que sea congruente con la visión que tienen de sí mismas. La búsqueda de consistencia responde a la necesidad de percibir la realidad de forma coherente y predecible, y de mantener un cierto grado de seguridad sobre el posible curso de las interacciones sociales.

Este tipo de motivación está estrechamente relacionada con el tipo de autoconcepto que tenga el individuo, de forma que cuando el autoconcepto sea positivo, la persona buscará y seleccionará aquella información que confirme sus creencias positivas, mientras que cuando sea negativo, elegirá aquella información que también confirme sus contenidos desfavorables. La visión estable acerca de uno mismo proporciona una base de coherencia, con la que poder definir y organizar las diferentes vivencias, guiar e interpretar las relaciones sociales, y predecir los acontecimientos futuros.

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