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El ser humano genera, crea, el escenario en que se va a desarrollar su conducta. Las personas difieren en la forma en que categorizan las situaciones en que se encuentran, interpretando y dando significado a los distintos indicios presentes en las mismas.

Una misma situación objetivamente definida, para 2 personas, o para una misma persona en 2 momentos distintos, puede tener significados absolutamente diversos, en la medida en que la acción de la situación vendrá modulada por las variables y el proceso, fundamentalmente de naturaleza afectiva y cognitiva, que definen esencialmente la personalidad del individuo.

Las variables que definen el conjunto de recursos personales desde los que la persona se enfrenta a la situación y pone en marcha el proceso dinámico que define y caracteriza cualquier manifestación de comportamiento son:

  • capacidad de simbolización

  • capacidad de anticipación

  • valores, intereses, metas y proyectos vitales

  • sentimientos, emociones y estados afectivos

  • mecanismos y procesos de autorregulación

Elementos y unidades básicas integrantes de la personalidad

Capacidad de simbolización

En el curso de su desarrollo cognitivo y mediante las diversas experiencias de aprendizaje, el individuo va adquiriendo información sobre sí mismo, su conducta, el mundo que le rodea y las relaciones existentes entre estos factores. Adquiere la capacidad para generar estrategias cognitivas y conductuales, acordes con las nuevas situaciones en que en cada momento se encuentre.

Las personas difieren no solo en la competencia que poseen para construir y generar estrategias cognitivas y de conducta manifiesta, sino también en las estrategias concretas que ponen en juego en cada caso para hacer frente a las distintas situaciones con los recursos que poseen. A la hora de estudiar a la persona, lo que interesa saber es “qué puede hacer con los recursos que posee” más que “qué características le definen”.

Las personas difieren en la forma de codificar y agrupar la estimulación que reciben: las personas pueden diferir en las transformaciones cognitivas (atención selectiva, interpretación y categorización) que introducen en la estimulación, cuyo impacto sobre el individuo queda de esta forma modulado por tales estrategias cognitivas.

El manejo de símbolos concede una gran libertad ante las demandas objetivas de la situación. Mediante ellos, el individuo puede recrear el escenario de conducta, ensayar posibles estrategias de solución de problemas, tomar en consideración posibles consecuencias asociadas a conductas alternativas, recorrer toda la secuencia de contingencias necesarias para el logro de los planes y proyectos que desearía alcanzar en su vida.

Es esta capacidad de simbolización la que dirige en gran medida nuestra conducta. Rara vez la situación es tan potente, está tan claramente estructurada, como para que sea percibida y valorada de igual forma por la mayoría de las personas. Esta capacidad de simbolización explicaría que podamos enfrentarnos de forma adaptativa a situaciones con las que no hemos entrado en contacto previamente, o que podamos aprender sin necesidad de experiencia directa.

La mayor parte del aprendizaje en los seres humanos se produce por la observación de la asociación conducta-consecuencias en otras personas. Por observación aprendemos qué conductas son apropiadas y cuales no en distintas situaciones y qué consecuencias suelen acompañar a las diferentes formas de conducta posibles.

La representación mental de estos esquemas relacionales conducta-consecuencias en función explicaría que los resultados que los demás obtienen por su conducta sirvan también como reforzadores de la propia conducta o que compartamos la reacción emocional de otra persona sin necesidad de pasar directamente por la experiencia que aquella esté atravesando.

Este valor adaptativo de los procesos de construcción y categorización de la realidad (incluido el propio concepto de sí mismo) explicaría el carácter relativamente estable y generalizado de los mismos.

Capacidad de anticipación

Los criterios que ponen en marcha una u otra forma de conducta son el conjunto de expectativas que el individuo posee acerca de las consecuencias previsibles asociadas a las distintas alternativas de respuesta posibles en cada situación determinada. Estas expectativas van a guiar la elección definitiva de la conducta a desarrollar, en la medida en que posibilitan al individuo anticipar contingencias futuras, aspecto éste esencial para entender la vida motivacional y emocional de los individuos.

La conveniencia de introducir esta variable nos permite explicar:

  • las diferencias individuales ante una misma situación objetiva.

  • el comportamiento que a veces puede presentar una persona, cuando las contingencias objetivas de la situación podrían conducir a predicciones comportamentales en clara discordancia con la conducta que presenta el individuo.

En ambos supuestos, la conducta de cada persona vendrá condicionada por:

  • el modo peculiar como interpreta las características y requerimientos de la situación a la que se enfrenta.

  • el tipo de consecuencias que espera obtener o evitar con su conducta, de forma que con mayor probabilidad pondrá en marcha aquella conducta que maximice los potenciales beneficios y minimice las posibles consecuencias negativas asociados a cada forma de conducta con la que cuente en su repertorio comportamental.

Se pueden distinguir 2 tipos de expectativas:

Las vinculadas a los resultados previsibles de la conducta

Cuando el individuo afronta una situación lo hace, desde expectativas generalizadas a partir de las consecuencias de su conducta en situaciones anteriores, que guardan cierta similaridad con la situación actual. Lo más frecuente es que tales expectativas generalizadas sean el principal determinante de la conducta aunque en cada caso resulten moduladas por la información adicional que proporciona la situación concreta en que tiene lugar la conducta que genera expectativas específicas asociadas a tal situación.

En cambio, cuando la situación es altamente específica o infrecuente, la conducta vendrá determinada en mayor medida por las expectativas específicas estrechamente vinculadas a dicha situación (aunque inicialmente se acerque a la misma desde expectativas generalizadas, que rápidamente serán sustituidas por las específicas a medida que se toma contacto con la nueva situación).

La disponibilidad y empleo de expectativas generalizadas permiten predecir, anticipar, las consecuencias previsibles de nuestra conducta. Para ello es preciso que tales expectativas generalizadas permanezcan lo suficientemente flexibles y permeables como para ir incorporando los cambios pertinentes en función de la información que nos pueda suministrar cada nueva situación.

Las relacionadas con las consecuencias asociadas a determinados estímulos presentes en la situación

Las expectativas que desarrolla una persona acerca de las posibles consecuencias de su conducta se establecen a partir del conjunto estimular que configura la situación pero, al mismo tiempo, la conducta puede ser modulada por las posibles consecuencias y fenómenos que señalan determinados estímulos especialmente significativos presentes en la situación.

El individuo aprende que ciertos estímulos predicen ciertos acontecimientos, estando su conducta determinada por la anticipación de los acontecimientos que señalan tales estímulos, cuyo valor predictivo depende de la particular historia de aprendizaje del individuo y del significado que éste le otorga.

Valores, intereses, metas y proyectos vitales

Otro determinante importante de la conducta concreta que el individuo desarrolla en cada caso es:

  • el valor que uno concede a las consecuencias de su conducta

  • a los acontecimientos a los que se enfrenta

El carácter positivo o negativo que las personas asignan en uno y otro caso se establece por la capacidad que tales acontecimientos han adquirido para inducir estados emocionales positivos o negativos, esto es, a partir del valor funcional como refuerzo o incentivo que poseen para cada persona.

Las personas se esforzarán por llevar a cabo una determinada conducta en la medida en que les resulte atractiva y les posibilite la obtención de resultados asumibles en el esquema de valores que cada uno defiende y que definen su proyecto vital. Este entramado motivacional influye y condiciona de forma importante el modo en que el individuo percibe, interpreta y valora la realidad, los objetivos que se propone, las estrategias que empleará para lograr tales objetivos y el modo en que hará frente a los obstáculos y dificultades que pueden interponerse en su esfuerzo por alcanzar las metas propuestas.

Sentimientos, emociones y estados afectivos

Otro aspecto a tener presente es la dimensión emocional del comportamiento. El estado emocional actúa como filtro de la información que se procesa sobre el entorno y sobre sí mismo.

Mecanismos y procesos autorreguladores

La conducta está guiada en mayor parte por mecanismos de autorregulación que por los estímulos exteriores, salvo en aquellas ocasiones en que la fuerza de los factores externos alcanza tal intensidad y significación que el individuo se siente incapacitado para encauzar su conducta por vías diferentes a las que cabría predecir a partir del simple conocimiento de la naturaleza de los factores externos.

Estos procesos de autorregulación consisten en la elaboración o incorporación por parte del individuo de un conjunto de reglas de contingencia que dirigen su conducta en ausencia de presiones situacionales externas inmediatas. Tales reglas especifican qué tipo de conducta resulta más apropiado en función de las demandas que plantea la situación concreta, los niveles de ejecución que la conducta debe lograr y las consecuencias del logro o fracaso en alcanzar tales estándares de conducta (niveles de ejecución trazados o propuestos por el propio individuo).

La personalidad como sistema

Las personas difieren:

  • en el contenido de los procesos psicológicos (unidades básicas de personalidad) que condicionan el modo específico y peculiar con el que cada uno se posiciona ante las diversas situaciones.

  • en el tipo de situaciones y circunstancias en que tales unidades se activan, así como en la facilidad con que se activan cuando el individuo se encuentra en las circunstancias apropiadas, cuando existe congruencia o se produce convergencia entre las características definitorias de la persona y las de la situación o contexto en que tiene lugar la conducta.

  • en el sistema organizado de interrelaciones entre tales procesos psicológicos, desde el que el individuo se enfrenta a las demandas de la situación, dando lugar a perfiles idiosincrásicos de conductas estables y predecibles.

Es importante conocer cómo percibe el individuo la situación a la que se enfrenta, pero se entenderá mejor su conducta si además se conoce:

  • qué tipo de expectativas se activan en tales circunstancias.

  • cómo valora sus recursos y competencias para hacer frente a esa situación concreta que percibe con unas connotaciones específicas.

  • cómo reacciona emocionalmente en tales circunstancias.

  • qué tipo de objetivos e intereses defiende.

  • en qué medida las diversas alternativas de las que cree disponer en tal contexto.

  • le permiten avanzar de la forma más eficaz posible.

Una persona pondrá en marcha un determinado curso de acción si:

  • percibe que la situación le brinda la oportunidad de alcanzar determinados objetivos.

  • cree que posee los recursos y competencias necesarios para hacer frente a la situación y llevar a cabo la conducta necesaria y apropiada.

  • anticipa la satisfacción que le producirá el logro de tales objetivos.

En parecidas circunstancias puede bastar que otra persona perciba que no tiene recursos suficientes para hacer frente a la situación o que la conducta requerida entra en conflicto con otros valores e intereses que tienen en su vida, para que evite tal situación o desarrolle una forma de conducta claramente diferente.

Secuencia global de conducta como un entramado dinámico en el que los distintos procesos que configuran las “unidades de análisis de la personalidad” están continuamente interaccionando recíprocamente entre sí y con las características de la situación a la que se enfrenta el individuo en cada momento y que va cambiando precisamente como efecto del mismo proceso de interacción y afrontamiento. El modo en que percibimos y valoramos la realidad y a nosotros mismos va cambiando constantemente en función de los resultados (positivos, negativos o neutros) que vamos alcanzando con nuestra conducta.

Unidades globales versus contextuales

Cuando calificamos a una persona con un determinado rasgo de personalidad (ansiedad, optimismo, rigidez…) basamos nuestro juicio en la frecuencia o intensidad medias con la que tal persona presenta determinadas formas de conducta. Este procedimiento es congruente con el supuesto de que la conducta es relativamente estable, porque así lo es la estructura de personalidad.

El problema surge cuando observamos que la conducta no es tan estable como para justificar la hipótesis de que la tendencia media de comportamiento refleja realmente la especificidad de la conducta que el individuo desarrolla en las diversas situaciones.

Puede haber 2 personas con idéntico nivel en un determinado rasgo y que difieran:

  • en el modo en que responden a las distinta situaciones.

  • en el perfil que muestran sus conductas en el rango de situaciones.

  • en la estabilidad con que presentan tales perfiles peculiares y auténticamente distintivos de cada una de estas personas.

El empleo de categorías “globales” como los rasgos, pueden orientan para conocer la posición relativa de un individuo con relación a su grupo normativo, pero dice poco acerca de cómo se comporta ese individuo con esa característica ante situaciones concretas.

Esta posibilidad explicativa de la conducta individual en contextos específicos nos la brindaría el conocimiento de:

  • las características y procesos que caracterizan el mundo psicológico del individuo.

  • las interrelaciones y organización existentes entre los mismos.

  • el modo en que hace frente a las peculiares demandas que cada situación le plante.

Estas características y requerimientos de la situación activan unos procesos, inhiben otros y dejan sin afectar otros, y a su vez, el resultado de esta interacción altera potencialmente tanto los procesos y dinámica (sistema global) existente en el individuo como la propia situación, creándose un nuevo escenario persona x situación.

Aunque nos sigamos percibiendo como la misma persona y sigamos reconociendo en los demás a las mismas personas en distintos momentos y contextos:

  • nuestra conducta no es la misma en todas las situaciones.

  • aunque dos personas sean muy parecidas y las categoricemos asignándoles el mismo peso en las mismas dimensiones básicas de personalidad puede que no se comporten siempre de la misma forma.

  • la conducta está en cierto modo condicionada por las características que le identifican como individuo, pero al mismo tiempo esto pone de manifiesto que la situación no es un mero accidente, sino más bien que la conducta refleja el esfuerzo adaptativo del individuo, el esfuerzo por hacer frente desde los propios recursos a las demandas cambiantes de la situación en un proceso continuo de transacción codeterminante.

La conducta es fruto conjunto de características del individuo y de la situación, tanto la persona como la situación se ven modificadas al mismo tiempo por la conducta desarrollada. Ni la persona, ni la situación siguen siendo las mismas tras cada momento de conducta, entendida ésta como un flujo constante de interrelación persona-ambiente por hacer frente a la situación, encontrar el modo adecuado en cada caso para satisfacer las demandas de la situación y al mismo tiempo nuestros objetivos y proyectos.

La personalidad como disposición de conducta

El valor de la personalidad como disposición de conducta, como tendencia a comportarse de determinada forma, se mantienen tanto en las teorías de rasgo, como en los planteamientos sociocognitivos, aunque en cada caso el término disposición se entienda de diferente forma:

  • en las teorías de rasgo, la personalidad se entiende como disposición de conducta que se expresaría en conducta consistente transituacionalmente (sin conceder importancia al contexto específico en que tiene lugar la conducta)

  • en los planteamientos sociocognitivos la disposición de conducta que define la personalidad se refleja en la tendencia a presentar patrones discriminativos estables situación-conducta, de forma que la conducta presentará variabilidad en consonancia con las cambiantes demandas de la situación (se habla de coherencia más que de consistencia).

Al igual que en las teorías de rasgo se defiende que la observación de la conducta (pretendidamente consistente y estable) nos permite identificar los rasos y por extensión la estructura de personalidad que le sirve de base.

En el planteamiento sociocognitivo se sostiene que la observación de los patrones estables contextualizados y discriminativos de conducta que caracterizan al individuo, nos permite identificar el sistema dinámico de interrelaciones existentes entre los diversos procesos psicológicos que constituyen los elementos estructurales básicos de la Personalidad. Este sistema dinámico se activa en respuesta a las características peculiares de la situación y se manifiesta en el modo característico y distintivo con el que se cada persona se enfrenta a las circunstancias que le rodean y negocia la respuesta más adaptativa posible (aquella que permita alcanzar el mayor equilibrio entre las demandas de la situación y sus competencias y recursos conductuales).

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