Logo de Psikipedia

Está claro que los planteamientos clásicos de la psicopatología atencional no nos dejan en absoluto satisfechos no sólo con lo que entendemos que significa la atención, sino también con las propias anomalías que se incluyen en ese apartado. Pensamos que una de las formas más convenientes para hacer una clasificación de estos trastornos es partiendo de los conocimientos que la psicología nos ofrece sobre este tema. Sin embargo, desgraciadamente hoy por hoy no conta mos con una teoría que sea capaz de integrar todos los aspec tos de la atención. Por ello, mantener estos aspectos separados por el momento, favorece el análisis de los mismos. Por tal razón hemos optado por exponer las anomalías de la atención en función de aquel aspecto de la atención con el que estén más relacionadas. La siguiente clasificación no es más que un intento por sistematizar didácticamente este confuso campo, y para ello seguimos la división que ofrece Reed (1988).

A. Atención como concentración

Aquí se incluyen todas las alteraciones que están de algún modo relacionadas con la fijación (o su ausencia o alteración) de la atención sobre estímulos objetos o situaciones. Este tipo de problemas está presente en una gran variedad de trastornos psiquiátricos y en otras muchas condiciones, como fatiga extrema, necesidad de dormir, estados de desnutrición, etc. Además de esta sintomatología inespecífica de falta de concentración, nos encontramos con dos alteraciones relevantes: la ausencia mental y la laguna temporal.

La ausencia mental alude a un tipo de experiencia que, por lo general, se considera como anómalo, extravagante e inusual, pero no como patológico. De hecho, seguro que muchos lectores recordarán con cierta sonrisa situaciones similares a éstas, ejemplificadas tan bien por Reed (1988) con el símil del «profesor despistado»: se trataría de un divertido profesor, demasiado ensimismado en sus propios pensamientos y disquisiciones, que cuando sale de clase es capaz de ponerse la papelera por sombrero, si es que a alguna bienintencionada señora de la limpieza se le ocurrió colocar la dichosa papelera allí donde él solía colocar su sombre ro. Además de no darse por enterado, es capaz de pasearse por toda la facultad sin ni siquiera darse cuenta de los murmullos y miradas que genera, saliendo de su «ausencia mental» cuando al salir del edificio un coche está a punto de atropellarle por saltarse el semáforo en rojo. Pues bien, a nuestro pobre profesor lo que le ocurre es que presenta una gran concentración sobre alguna cuestión concreta, lo que a su vez le lleva a «desatender» al resto de los estímulos, excepto aquellos muy mecánicos o habituales. Es decir, tal y como lo explica Reed (1988), en la ausencia mental el individuo está tan preocupado por sus propios pensamientos que deja fuera gran cantidad de información externa que le es habitualmente accesible, y por tanto no responde al feedback respecto a los cambios en su rutina; es decir, sus acciones son mecánicas y no ajusta los detalles de su conducta habitual sobre la marcha de acuerdo con las demandas ambientales, aunque sí que es capaz de atender correctamente a cualquier actividad externa relacionada con los pensamientos a los que está tan atento. De este modo, nuestro profesor no responde al cambio ambiental de la papelera, pero sí podría darse cuenta de algún otro estímulo que tenga conexión con el problema en el que está pensando (o sea, en el que está centrando toda su capacidad atencional).

Se podría considerar que la ausencia mental es un fenómeno de umbral: el nivel de atención es bajo para aquellos estímulos que le resultan distractores (todos aquellos que no se relacionan con sus pensamientos); es decir, la disminución del nivel atencional está inversamente relacionada con el grado de preocupación por sus pensamientos. Sin embargo, se supone que ante un incremento súbito de los estímulos se elimina la ausencia. Así, nuestro sufrido profesor es capaz en el último momento de saltar a la acera ante el claxon del enfurecido conductor.

¿Cómo podríamos explicar este fenómeno desde algunos de los planteamientos o teorías de la atención? Es obvio que para explicar este tipo de fenómenos debemos apelar al concepto de automatismos y al papel que juega la atención en el control de la acción. Existen algunas secuencias de acciones que son capaces de ejecutarse automáticamente, sin control consciente o sin recursos atencionales, aunque puedan modularse por el control consciente deliberado cuando sea necesario (Norman y Shallice, 1986). Es decir, existen dos procesos complementarios que operan en la selección y control de la acción: uno que sirve y es suficiente para actos bien aprendidos y relativamente simples (caminar, ponerse el sombrero al salir de clase...) y otro que permite el control atencional consciente para modular la ejecución.

Por lo que respecta a la laguna temporal, tampoco se puede considerar una experiencia mórbida. Es más, seguro que no debemos esforzarnos mucho para recordar alguna experiencia similar. En este caso, el símil más claro sería el del experto conductor que yendo por la autopista de Valencia a Barcelona, de repente «se da cuenta» que desde el último peaje situado a más de 100 kilómetros no recuerda nada de lo que ocurrió, y sin embargo era él quien conducía. Es decir, el sujeto presenta una «laguna en el tiempo» de la que no puede recordar nada, pero, sin embargo, él estaba realizando una tarea o actividad. Este tipo de experiencia suele ser descrita por quien la padece como un «espacio en blanco» en la consciencia temporal. Sin embargo, aunque el sujeto nos diga que «no recuerda», no es un problema de amnesia, estrictamente hablando. A diferencia de la amnesia, aquí no se presenta desorientación persistente espaciotemporal, ni tampoco se presentan otras características típicas de la amnesia. En cierto modo se podría decir que el sujeto no recuerda porque en realidad no ha ocurrido nada que se deba recordar. En este sentido, aunque la experiencia se describe en términos de tiempo (o distancia) sería mejor considerarla en términos de ausencia de acontecimientos (Reed, 1988). No es que no haya ocurrido ningún acontecimiento (seguramente el perplejo conductor ha tenido que adelantar a otros coches en la autopista, el paisaje iba variando, etc.), sino que no han ocurrido acontecimientos que sugirieran cambios importantes en la situación; es decir, más correctamente habría que hablar de una ausencia de acontecimientos de importancia. Además, y como se sabe, nuestra experiencia del paso del tiempo está determinada por acontecimientos (externos o internos) que funcionan como marcadores de tiempo. Por tanto, en la laguna temporal el individuo no registra sucesos que podían haber funcionado como tales marcadores (Reed, 1988).

Pero ¿cómo explicar esto, si el sujeto estaba realizando una tarea? Esta cuestión nos lleva directamente al problema del procesamiento automático versus el procesamiento controlado. Los procesos automáticos, a diferencia de los controlados, son procesos relativamente libres de demandas atencionales (por tanto, requieren escaso consumo atencional) que se realizan sin consciencia por parte del sujeto. Normalmente son el resultado de un aprendizaje (salvo algunos que son innatos) y se adquieren como consecuencia de la repetición frecuente de una tarea o proceso que inicialmente requería atención controlada. Una vez adquiridos son difíciles de modificar. Además, el rendimiento en una tarea automática alcanza un nivel asintótico: a partir de un determinado momento la práctica ya no produce mejorías sustanciales. Este tipo de procesos implican una considerable economía para el individuo, sobre todo en tareas rutinarias, y además producen relativamente poca interferencia en situaciones de doble tarea. Por su parte, los procesos controlados tendrían las características opuestas. Consumen atención, por tanto son sensibles a las limitaciones de los recursos disponibles, y producen gran interferencia en situaciones de doble tarea. No son tan rápidos ni tan eficaces, pero son más flexibles. Son adecuados especialmente para enfrentarse a tareas novedosas y problemáticas para las que no existen rutinas automáticas. Si tenemos en cuenta estos dos tipos de procesos podemos explicar por qué el individuo sigue realizando la tarea (conducir): es una tarea automática que requiere muy poca atención consciente. Pero entonces, ¿cómo explicar que «se despierte» en el momento que se acerca al nuevo peaje? Porque la situación cambia y los estímulos requieren atención activa y consciente, es decir, procesamiento controlado. Su actividad automática no es suficiente para la nueva situación. Entonces, al «despertarse», su reactivada capacidad de atención consciente le capacita para registrar marcadores de tiempo (Reed, 1988). El fenómeno es muy parecido a lo que ocurre a la hora de pilotar un avión: una vez en el aire, el capitán conecta el piloto automático (que normalmente se suele apodar Henry) y le marca una ruta. Cuando el avión tiene que aterrizar o, por ejemplo, se encuentran con una situación novedosa como una tormenta, el capitán desconecta al laborioso Henry y pilota personalmente el avión para poder tomar las decisiones oportunas en la nueva situación. En definitiva, la laguna temporal realmente no tendría que tener el calificativo de temporal, pues se trata de una laguna en la capacidad de alerta o de alta atención consciente (Reed, 1988).

B. Atención como selección

Por atención selectiva se entiende la habilidad o capacidad para separar los estímulos relevantes de los irrelevantes. Ya hemos comentado, al hablar de los modelos estructurales, que debido a la capacidad limitada de la atención, debemos seleccionar una señal o una secuencia de señales y excluir el resto. Dentro de este apartado, Reed (1988) incluye la experiencia de «afinar en». Este fenómeno no es en absoluto patológico. Se trataría de la capacidad para seguir una fuente de información cuando hay otras muchas que compiten por atraer la atención. Por tanto, se trata de un fenómeno total y directamente relacionado con la atención selectiva, por lo que su explicación nos lleva a los modelos estructurales de los que hemos hablado antes.

La capacidad del ser humano para «afinar en» hace surgir una cuestión, que en el fondo revela las dos caras de una misma moneda: la selección y la exclusión. Es decir, la atención es una espada de dos filos. Por un lado nos proporciona una característica deseable al permitirnos seguir un conjunto de acontecimientos que son de interés entre muchos otros que ocurren simultáneamente, aun cuando se mezclan todos entre sí (recuérdese la situación de fiesta, donde muchos estímulos compiten por atraer nuestra atención, pero sin embargo podemos seguir la conversación mantenida con un amigo). Sin esta capacidad selectiva la vida sería caótica. Pero, por otro lado, la atención limita nuestra capacidad para seguir a todos los acontecimientos que ocurren. Con frecuencia se desea atender a varias cosas al mismo tiempo. Aun cuando sólo tenga interés un conjunto de acontecimientos (por ejemplo, la conversación con el amigo), no es deseable seguirlos con tal concentración que no nos demos cuenta de que ocurren otros acontecimientos (por ejemplo, que está entrando por la puerta nuestro actor preferido), ya que pueden ser más importantes que los que nos ocupan en esos momentos. Lo que se pretende es concentrarnos en un acontecimiento, excluyendo a los demás sólo hasta que ocurra algo más importante que nos interrumpa de la concentración. Para que esto ocurra se necesita alguna forma de percibir aun aquellos acontecimientos que no estamos atendiendo, separando los aspectos irrelevantes o interrumpiendo nuestra concentración en los aspectos pertinentes. Explicaciones a estos hechos surgen tanto de los modelos estructurales como de las últimas explicaciones producidas dentro del campo del procesamiento preconsciente.

En psicopatología, el problema de la atención selectiva se puede encontrar presente en muchos y diversos trastornos. De hecho, la distraibilidad es un síntoma frecuente en una amplia variedad de trastornos, que puede ir, por ejemplo, desde los episodios maníacos a los trastornos de ansiedad o a los cuadros crepusculares. Sin embargo, la esquizofrenia es, sin duda, el trastorno en el que con más profundidad se ha investigado en este sentido. Una de las hipótesis más populares sobre el déficit cognitivo ocurrido en la esquizofrenia, y que se suele corresponder con los datos empíricos de distintas investigaciones, es que los individuos esquizofrénicos no diferencian bien entre estímulos relevantes e irrelevantes; es decir, tendrían problemas a la hora de «afinar en». Aquí destacan los trabajos hechos por el grupo de McGhie y Chapman (por ejemplo, McGhie y Chapman, 1961), quienes utilizan fundamentalmente tareas de escucha dicótica (muy en la línea de la investigación estructural). Estos autores mantienen que en la esquizofrenia se interrumpe el proceso normal de filtrado y, por tanto, estos pacientes presentan dificultades para atender selectivamente y procesar sólo la información relevante. Este déficit tiene distintos efectos en función de la naturaleza y demandas de la tarea. Así, por ejemplo, si la tarea requiere una respuesta a un estímulo simple y predecible, la sobrecarga de información sería menor y el déficit menos obvio. Pero si la tarea exige supervisar un amplio rango de estímulos, lo cual ocupa totalmente el canal limitado, se originará una sobrecarga y el deterioro será mayor. En cuanto a la modalidad, se encontró que el déficit debido a la distracción era más obvio cuando estaba comprometida la modalidad auditiva, y menos cuando la tarea requería de la modalidad visual. Una explicación a este hecho es que los esquizofrénicos efectúan tan mal las tareas visuales que por eso su déficit no es tan obvio.

Las explicaciones a este tipo de datos se hicieron, en los primeros momentos, sobre la base de modelos estructurales (como el modelo de filtro de Broadbent, 1958), y lo que se postulaba es que en la esquizofrenia el filtro parece estar excesivamente abierto, lo que permite que pasen más señales o estímulos de los que el organismo puede manejar; por tanto, el canal se satura, cualquier estímulo es igualmente relevante, y como consecuencia la atención se deteriora.

C. Atención como activación

La activación está relacionada con la focalización de la atención y con el grado o intensidad de la misma. Desde esta perspectiva, la psicopatología está interesada, fundamentalmente, en los cambios en la atención como respuesta al estrés. En las situaciones estresantes, las señales peligrosas elicitan tanto cambios corporales como cambios en nuestros procesos cognitivos (Reed, 1988). A niveles atencionales, el foco de la atención se extrema y se restringe. Las características de la amenaza demandan toda nuestra atención, y por tanto abandonamos las demás señales. Por ejemplo, si volvemos una noche a casa con nuestros amigos y al final de la calle vemos una silueta de un individuo «peligroso», de quien sospechamos que puede ser un atracador, seguramente tal señal de amenaza hará que sólo estemos pendientes de él y de sus movimientos, sin atender a la conversación que estábamos manteniendo con los amigos y sin darnos cuenta de que nos están llamando. Una aclaración: las situaciones estresantes no tienen por qué implicar sólo peligro o amenaza física. También consideramos como estresantes otras situaciones sociales que pueden amenazar a nuestra autoestima, o que implican ciertas demandas sociales, etc. Así, por ejemplo, una persona temerosa de hablar en público, cuando se le requiere para hacer un brindis en un banquete probablemente sólo atienda a sus palabras y a la reacción del homenajeado, y no se dé cuenta de que le están pisando por debajo de la mesa, o de que está vertiendo todo el vino sobre su sufrida vecina de mesa.

¿Cómo explicar estos cambios en la atención como respuesta al estrés? Según el modelo de Kahneman (1973), la política de distribución es el dispositivo encargado de administrar los recursos disponibles de forma selectiva y ponderada entre las estructuras de procesamiento. Esta política depende de las disposiciones duraderas, las intenciones momentáneas, la evaluación de las demandas y la activación. Es este último factor el que nos puede ayudar a explicar lo que ocurre en este tipo de anomalías atencionales. Por un lado, la activación varía de unos individuos a otros (por ejemplo, los introvertidos tienen un nivel más alto de activación que los extrovertidos) e incluso varía en un mismo individuo según la etapa de su vida (los ancianos y los niños tienen niveles más bajos de activación que los adultos) y las situaciones (en función de lo amenazante que sean para el sujeto). La activación tiene una relación compleja con la capacidad atencional, relación que toma la forma de U invertida (como en la célebre ley de Yerkes-Dodson): con niveles bajos, los recursos atencionales aumentan a medida que se incrementa la activación. Sin embargo, llegado a un cierto punto, la relación se invierte, ya que si se sigue incrementando la activación se produce una disminución de los recursos atencionales disponibles. Así, en situaciones de gran estrés, que implican peligro o emergencia grave, la capacidad atencional se reduce drásticamente con el correspondiente deterioro de la conducta, que se vuelve poco adaptativa. Normalmente, la activación produce un estrechamiento del foco atencional, estrechamiento que a su vez es selectivo, ya que se tiende a abandonar los índices de información periférica en favor de la información central, originándose lo que tantas veces se ha denominado «visión en túnel».

D. Atención como vigilancia

Clásicamente, el término vigilancia se utilizaba para designar un estado de alta receptividad o hipersensibilidad hacia el medio o hacia porciones del medio. Actualmente, el término también se utiliza para indicar un tipo de dedicación atencional definido por la propia tarea, sin prejuzgar la actitud o estado del sujeto, denominándose como tareas de vigilancia a aquellas de larga duración en las que el sujeto debe detectar y/o identificar un estímulo de aparición infrecuente (Ruiz-Vargas, 1981). La investigación aquí se centra en dos aspectos (Ruiz-Vargas, 1981):

  1. Estudio del nivel general de vigilancia: el nivel general de vigilancia está afectado por distintos factores, entre ellos el nivel de activación tónica (cambios en la disponibilidad del organismo para procesar un estímulo: por ejemplo, ciclo día-noche).
  2. Estudio de la disminución de la vigilancia a lo largo de una tarea: esta disminución está afectada también por la activación tónica, así como por la personalidad (por ejemplo, como ya hemos señalado, los introvertidos tienen niveles más altos de activación que los extrovertidos), los incentivos, la probabilidad de aparición de las señales, etc.

Lo cierto es que, en general, en las tareas de vigilancia de detección de señales ocurre un deterioro en la ejecución: mientras que, por un lado, la sensibilidad disminuye, por otro, el criterio se eleva. En otras palabras, se dan tantos errores de omisión como de comisión. Así, el individuo a veces da la respuesta aunque el estímulo no se presente, y otras veces no da la respuesta pedida cuando aparece el estímulo. Este tipo de déficit se ha encontrado muy a menudo en pacientes esquizofrénicos, utilizando sobre todo la tarea de CPT (Rosvold y cols. 1956) (test de ejecución continua), en la que, en su versión más simple, se le pide al sujeto que apriete un botón cuando aparezca una letra determinada (por ejemplo, la X) que se presenta mediante taquistoscopio en una serie larga de letras. Algunos autores han postulado que este déficit es relativamente específico de la esquizofrenia, ya que aparece aproximadamente en el 50 por 100 de los esquizofrénicos, se reduce con administración de medicación antipsicótica, en esquizofrénicos con historia familiar es más marcado y está presente incluso en pacientes en remisión. Sin embargo, aunque es obvio que tales pacientes realizan mal las tareas de vigilancia, en absoluto se puede concluir que es un déficit específico de la esquizofrenia.

Por otro lado, la vigilancia excesiva o hipervigilancia también se ha estudiado en pacientes con trastornos de ansiedad generalizada y en sujetos normales con puntuaciones altas en ansiedad-rasgo. Así, Eysenck (1992) propone una teoría cognitiva sobre la vulnerabilidad al trastorno de ansiedad generalizada, que tiene como constructo básico la hipervigilancia. Este autor mantiene que el funcionamiento atencional (hipervigilante) de los pacientes ansiosos y de los individuos altos en ansiedad-rasgo son similares. La hipervigilancia se puede manifestar de diversos modos:

  1. hipervigilancia general, que se demuestra por una tendencia a atender a cualquier estímulo irrelevante para la tarea que se presenta (lo que también implicaría distraibilidad);
  2. una tasa de escudriñamiento ambiental, que implica numerosos movimientos oculares rápidos en el campo visual;
  3. hipervigilancia específica, que se demuestra por una tendencia a atender selectivamente a estímulos relacionados con la amenaza antes que a estímulos neutrales;
  4. un ensanchamiento de la atención antes de la detección de un estímulo sobresaliente (por ejemplo, estímulo amenazante relevante a la tarea, etc.);
  5. un estrechamiento de la atención cuando se procesa el estímulo sobresaliente.

Estos componentes de hipervigilancia estarían latentes en los individuos con puntuaciones altas en ansiedad, y se harían manifiestos especialmente en condiciones de estrés y/o ansiedad-estado elevada.

E. Atención como expectativas/«SET»/anticipación

Realmente, más que un tipo de atención es una característica de la atención: el ser humano, gracias al conocimiento y experiencia previa que tiene, o a las instrucciones del experimentador, «anticipa», «se prepara» o «adopta sesgos». Esto puede tener efectos positivos o negativos. El aprovechamiento de estas informaciones permite ser más rápido y eficaz, pero hace que cuando no se cumplen los acontecimientos previstos se deteriore el rendimiento.

Shakow (1962) proponía una teoría para la esquizofrenia, que tenía como concepto básico el de «set». Esta teoría, denominada «set segmental» o «disposición fragmentada para la respuesta», intenta dar cuenta de los problemas cognitivos que padecen los sujetos esquizofrénicos. Este autor parte de los datos obtenidos con experimentos de tiempo de reacción (TR), en los cuales se observa sistemáticamente que los esquizofrénicos son más lentos y, especialmente, que no se benefician de los intervalos preparatorios (IP) en este tipo de tareas. Este último dato es quizá uno de los más sugerentes dentro del estudio de los déficit atencionales en la esquizofrenia. El IP se refiere al intervalo entre el comienzo de la señal de aviso y el estímulo real del TR. Manipulando este tiempo, Shakow y cols. diseñaron series de tareas de TR en las que siempre se introducían IP de la misma duración (series regulares) frente a otras series en las que los IP tenían una duración aleatoriamente distinta (series irregulares). En tales experimentos se encontró que los TR de los sujetos normales mejoraban si éstos sabían que el IP era regular. Sin embargo, los esquizofrénicos no se aprovechaban de esta ventaja y por tanto no mejoraban su ejecución, a menos que el IP fuera muy breve (menos de 6 segundos) (Rodnick y Shakow, 1940). Pero además ocurría que con IP de mayor duración, los esquizofrénicos no sólo no se beneficiaban del aviso de la señal, sino que su ejecución era significativamente peor que si la serie de IP fuera irregular (crossover eff ect, efecto de entrecruzamiento): este fenómeno sigue siendo un enigma de la conducta atencional en los esquizofrénicos.

¿Por qué los normales hacen más rápidamente la tarea cuando cuentan con IP regulares? Porque pueden anticipar y preparar la respuesta, es decir, cuentan con un set general (preparación o disposición general) que dispone al sujeto para percibir la situación y responder excluyendo los aspectos irrelevantes. Por tanto, el individuo puede dar una respuesta específica, apropiada y adaptativa. Sin embargo, el esquizofrénico se caracteriza por poseer un set segmental (disposición fragmentada), es decir, el ajuste preparatorio se dirige a aspectos parciales, a porciones de la situación total, por lo que hay una mayor inconsistencia dentro de su respuesta; o sea, el esquizofrénico falla en mantener su estado de predisposición a responder rápida y apropiadamente. «Es como si en el proceso de escudriñamiento que se da antes de responder al estímulo, el esquizofrénico fuera incapaz de seleccionar el material relevante para la respuesta óptima. Aparentemente, no puede liberarse de lo irrelevante entre las numerosas posibilidades disponibles para que elija. En otras palabras, la función de protección contra la respuesta a los estímulos, que es tan importante como responder a los estímulos, está deteriorada» (Shakow, 1962).

Compartir

 

Contenido relacionado