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El estudio del retraso mental es un ejemplo vivo de acercamiento interdisciplinar, una avanzadilla en la búsqueda y reivindicación de servicios (educativos, asistenciales, etc.) y se encuentra entre los trastornos que han sido sometidos a gran número de cambios terminológicos. Es el que más ha tomado en cuenta conocimientos y especialidades psicológicas desde su reconocimiento oficial y puede ser elegido como ejemplo paradigmático de evolución, contrastación y espejo de los principales cambios acaecidos en el estudio de la psicopatología y de sus tratamientos, y en especial, de las influencias sociales que han incidido sobre la psicopatología tanto como de las influencias de conocimientos y modos de pensar de la psicología sobre la praxis social y educativa.

Hay que apelar a conceptos científicos de áreas muy distintas que van desde la bioquímica hasta la sociología pasando por la jurisprudencia, la ética personal y social y las complejas y nunca bien delimitadas relaciones entre la ciencia y el mundo político y social.

La diferenciación entre retraso mental y demencia no aparece con claridad hasta bien entrado el s. XIX. El tratamiento más común entre los griegos consistía en la eliminación de los niños con deficiencias (no solamente intelectuales) y la actitud hacia los deficientes en general y hacia los retrasados mentales en especial era tan negativa que el mismo Aristóteles justificaba el abandono paterno de este tipo de personas.

Pese a que el cristianismo representa un avance en cuanto a “consideración humana”, las actitudes de ayuda y protección no arraigaron en la sociedad de la Edad Media y Moderna debido al predominio de los modelos inculpatorios o demonológicos de las alteraciones físicas y mentales. La tasa de retraso mental en esta época debía ser menor que ahora debido a la gran tasa de mortalidad infantil por parto, abandonos recién nacidos, enfermedades infantiles… y también por mayores complicaciones de enfermedades físicas a que éstos se encuentran sometidos.

El advenimiento de la sociedad industrial, con la gestación de las ciencias sociales y el desarrollo ciencias médicas, promovió una modificación sustancial de la filosofía de base respecto a la población de retrasados mentales. Aún hoy no existe un consenso total en entender, ordenar y tratar esta alteración. Los cambios se han producido más por presiones sociales “externas” al desarrollo de los conocimientos científicos que por resultados en investigación. Los cambios se han reflejado en el talante ético de la sociedad junto con el desarrollo del estado económico y de la capacidad productiva. Además ha estado vinculada al desarrollo de la psicología de la inteligencia. Este vínculo aunque debilitado no ha desaparecido del todo.

En un primer momento el análisis fue hecho desde la psiquiatría: diferenció el retraso mental respecto a la demencia. Las expresiones fueron: idiocia, oligofrenia, deficiencia mental, niños excepcionales, niños con necesidades especiales, discapacidades o trastornos de aprendizaje hasta volver al término “retraso mental”. En cuanto a los tratamientos, primero se identificó con estados graves de demenciación (mismo pabellón que las psicosis crónicas y terminales). La identificación temprana del retraso mental posibilitó la creación de centros “específicos” de educación y una especialidad (la educación especial) encaminada a eliminar diferencias entre retrasados mentales y “normales”.

El movimiento antiinstitucionalización apoyado en la “integración” llevó a la reincorporación del niño retrasado mental al sistema de educación normal (actuación mayoritaria en países occidentales). Actualmente se apuntan algunas modificaciones sustanciales encaminadas a la vuelta a la “especialización” de ambientes, tratamientos y formas de afrontar el problema. Los cambios en las formas de analizar y tratar el problema del retraso mental se corresponden con las propuestas “revoluciones” en salud mental, pero mientras en los adultos y trastornos graves las modificaciones han ido acompañadas por descubrimiento de fármacos progresivamente más poderosos, en el retraso mental los progresos médicos se han manifestado en el logro de una mayor expectativa de vida, pero no de un cambio en su calidad.

A la hora de encontrar una definición y modelos teóricos justificativos y cauces de intervención, el retraso mental se diferencia de otros tipos de trastornos en el principal protagonismo ha sido desempeñado en Occidente por la American Association on Mental Retardion (AAMR, Asociación Americana sobre el Retraso Mental). Aceptados en gran parte por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y por la Asociación Americana de Psiquiatría. La primera ha incorporado la teoría de la AAMR a su sistema de clasificación de enfermedades (las distintas versiones de la Clasificación internacional de las enfermedades, distintas CIE, incluida la CIE-10,); la segunda en las distintas versiones del Manual diagnóstico y estadístico, DSM, en donde se incluye no solamente el último publicado, sino el manuscrito-propuesta de modificación para el DSM-IV.

Puesto que la última propuesta definicional de la AAMR es posterior a las últimas propuestas de las otras dos instituciones, se atenderá a la última versión de la OMS y de la APA, complementándolas con la última versión de al AAMR, es esta última opción la que va a difundirse y alcanzar mayor influencia en el estudio del retraso mental.

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