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Es cierto que la edad es un dato de la persona que proporciona mucha información.

Esto es así porque en nuestras sociedades la edad está asociada diferencialmente con ciertos roles (ej. una edad mínima para iniciar la vida laboral y una edad de jubilación), actividades y, con frecuencia, diferentes espacios u horarios de uso. Un ejemplo de esto último ocurre cuando en los cines o teatros se fija un día de la semana en que los mayores de 65 años disfrutan de una tarifa más barata.

Asimismo, las personas tienden a desarrollar creencias estereotípicas acerca de los diferentes grupos sociales, incluidos también los grupos de edad. Smith y Boland (1986) realizaron un estudio en que se pedía a los participantes, estudiantes con edades comprendidas entre los 18 y los 33 años, que describieran a la persona típica de edad avanzada. En sus descripciones, los participantes utilizaron características de personalidad, sociales, emocionales, físicas y de salud. Los estereotipos de la edad contienen información sobre los atributos de personalidad, los roles sociales y los comportamientos y actividades que se consideran característicos de cada grupo de edad.

Estas creencias, que se adquieren desde edades muy tempranas, se transmiten tanto pasiva como activamente. Un ejemplo de la primera podría encontrarse en situaciones en que se observan aspectos asociados con la edad, como es la forma de caminar o la asociación entre la edad y la jubilación. También se transmiten de forma activa, por ejemplo, cuando se hace notar a una persona que se está comportando de forma inapropiada para su edad. Este tipo de circunstancias favorece que las personas desarrollen creencias estereotípicas de la edad. Además, no se puede ignorar que las señales físicas de la edad son muy visibles, por lo que la activación de los estereotipos es muy frecuente. Recuérdense, en este punto, las distintas funciones de los estereotipos y sus efectos en la percepción y en las relaciones intergrupales.

Todos estos factores contribuyen a que se desarrolle una visión más homogénea y simplificada de las personas de mayor edad; que se generen expectativas de conducta diferenciales que se consideran normativas, y que se reduzcan las oportunidades de intercambios y relaciones interpersonales multigeneracionales.

Esto aparece en el estudio de Cuddy, Nor­ ton y Fiske (2005), en el cual confirman que la población general considera que las personas mayores de 70 años son menos competentes e independientes que los adultos de mediana edad y que los jóvenes, y que presentan menor bienestar físico y mental.

Existen otros muchos ejemplos en que las personas reciben información que indica que la edad es un aspecto significativo en la vida y, en concreto, que la vejez es el período de la vida menos valorado y más temido (Neugarten, Moore y Lowe, 1965).

A pesar de la imagen negativa que se desprende de estas investigaciones, la característica que mejor los define es su ambivalencia. En el estudio de Chasteen, Schwarz y Park (2002) reaparecen las dimensiones negativas del estereotipo, pero también un gran número de aspectos positivos, como calidez, amabilidad, paciencia, calma, disposición a ayudar, sabiduría y dignidad. Las respuestas de compasión y simpatía que produce esta ambivalencia de los estereotipos pueden comprenderse desde el modelo de contenido de los estereotipos, desarrollado por Fiske et al.

También existe evidencia del efecto que los estereotipos de los mayores tienen en la conducta. Bargh, Chen y Burrows (1996, estudio 2) realizaron dos experimentos, en los cuales los participantes debían formar frases a partir de una serie de palabras. El primer grupo de participantes debía construir las frases a partir de un conjunto de palabras relacionadas con el estereotipo de los mayores, entre ellas, retirado, sabio, olvidadizo, rígido, tradicional, dependiente y aislado. El segundo grupo de participantes realizó la misma tarea, pero en este caso las palabras que se les presentaron no estaban relacionadas con el estereotipo de los mayores, es decir, eran neutras en relación con la edad.

Finalizada otra serie de tareas que se solicitaban, los participantes salieron del laboratorio y se dirigieron a la salida. Como resultado, los participantes del primer grupo tardaron más tiempo en recorrer el pasillo hasta la salida que los participantes del segundo grupo.

A pesar de estos resultados, existen ciertas condiciones que actúan como moduladores de forma que en ciertas condiciones se puede prevenir el uso de los estereotipos.

La primera de estas condiciones es que los estereotipos actúan en mayor medida cuando se carece de información personalizada o cuando la situación es ambigua; por ejemplo, cuando uno se cruza con desconocidos. En cambio, a medida que se va aportando información personal, es menos probable que los estereotipos afecten las relaciones.

En segundo lugar, la simple activación del estereotipo no es una condición suficiente para que se aplique. Devine (1989) propone un modelo secuencial de estereotipia que señala esta distinción. En una primera fase se activa el estereotipo, activación que es incontrolable y, con frecuencia, ni siquiera es detectada por la persona. En un segundo momento se forma la impresión de la persona (estereotípica o no).

Al entender la estereotipia como un proceso que se produce en fases, puede indagarse sobre los factores que pueden interrumpir esta secuencia y éste ha sido el caso, pues se ha encontrado que, por ejemplo, estar motivado para no ser prejuicioso hace menos probable el uso de los estereotipos aunque se hayan activado (Fiske, 1989).

Otra cuestión importante que surge al observar la naturaleza evaluativa de los estereotipos es preguntarse si las personas mayores son víctimas de prejuicio. La respuesta que se extrae de los estudios realizados es afirmativa.

A pesar de que el prejuicio hacia los mayores (edadeísmo) es algo que ocurre con mucha frecuencia y tienen una larga historia, las denuncias por este tipo de trato son muy recientes. De hecho, aún es infrecuente poner sanciones sociales contra expresiones de actitudes negativas (Williams y Giles, 1998).

A continuación se señalan tres líneas de in­vestigación que sugieren que el prejuicio hacia las personas mayores está ampliamente difundido entre la población.

En primer lugar, los trabajos desarrollados por Perdue y Gurtman (1990) demuestran que existe una fuerte asociación entre la vejez y la evaluación negativa de las personas mayores.

Estas formas de prejuicio se ilustran convenientemente en dos de sus estudios. En el primero se pedía a los participantes que recordaran una serie de características o atributos de personalidad que previamente se les había presentado y sobre las cuales habían tenido que responder indicando si eran aplicables a una persona mayor o a una persona joven. El resultado fue que los participantes recordaban más características negativas que positivas cuando en la fase previa del estudio se habían referido a una persona de edad avanzada. Esto no ocurría cuando se recordaba información sobre una persona joven. En este caso, el patrón de resultados fue el contrario; se recordaban, en mayor grado, las características positivas que las negativas. Los autores interpretan estos resultados argumentando que a las personas les resulta más fácil recordar información negativa cuando piensan en los mayores porque en la vida cotidiana existe una fuerte asociación entre lo negativo y las personas ancianas al mismo tiempo que se asocia con mayor fuerza la información positiva con los jóvenes.

El segundo estudio consistió en una tarea de reconocimiento. Para ello se presentó a los participantes, de manera subliminal, es decir, de forma que no se percataran de forma consciente, la palabra viejo o la palabra joven.

A continuación se presentó una serie de características para que indicaran si las consideraban positivas o negativas. Los resultados fueron que los participantes respondieron más rápidamente a las características negativas cuando previamente se había activado la palabra viejo que cuando se había activado la palabra joven. Los autores explican que las personas tienen más accesible la información negativa cuando piensan en los mayores.

La segunda línea de investigación es la desarrollada por Palmore (1981). A diferencia de la anterior, que estudia el prejuicio que se produce de manera implícita o inconsciente, el autor utiliza un instrumento de medida explícita.

En este caso, se registra el grado de información que las personas tienen sobre los mayores. Para ello, el autor desarrolla el cuestionario de creencias llamado cuestionario sobre hechos del envejecimiento (FAQ) que está formado por una serie de afirmaciones a las cuales se debe responder si son verdaderas o falsas. Algunas de las sentencias contienen información verdadera, pero otras son falsas y expresan creencias estereotípicas. Este instrumento permite identificar las falsas creencias de los participantes. Además, proporciona una medida indirecta de prejuicio ya que las puntuaciones en este cuestionario se correlacionan con el nivel de prejuicio hacia los mayores: cuanto mayor es el número de errores, mayor es el nivel de prejuicio.

La tercera línea de investigación se centra en estudiar efectos que las actitudes tienen sobre las personas ancianas. En términos generales, estos estudios tienen como objetivo identificar el grado de adhesión cultural a ciertas creencias prejuiciosas y, a continuación, analizar, bien de forma experimental, bien en estudios correlaciónales, el impacto que dichas creencias tienen en la ejecución de las personas mayores de dichas culturas.

Los trabajos desarrollados por Levy y Langer (1994), entre otros, ilustran esta línea de investigación. Estos autores identificaron diferencias culturales en el grado en que se cree que el envejecimiento conlleva un deterioro de la memoria. Utilizaron en su estudio tres culturas. Por un lado, se comprobó que en la cultura dominante estadounidense se comparte ampliamente la creencia sobre este deterioro. En la segunda, la cultura china, no se cree en absoluto en esta afirmación, y en la tercera cultura, formada por los estadounidenses sordos, se comparten en menor grado que en la cultura estadounidense dominante. Una vez que se ha identificado el grado de aceptación de las creencias negativas sobre la memoria, los autores midieron el nivel de ejecución en tareas de memoria de jóvenes (15-30 años) y adultos mayores (51-91 años) de cada cultura. Como habían anticipado, los resultados confirmaron que el nivel de ejecución se correlacionaba con el grado de adhesión cultural a la creencia sobre la memoria de los mayores (r = 0,49).

Estos resultados y otros que van en esta misma línea hacen pensar en que las creencias falsas y negativas acerca de las personas mayores y del envejecimiento puede perjudicar a los mayores. Recuérdese, en este punto, la teoría de la amenaza del estereotipo.

Los resultados de otro estudio realizado por Levy et al. (2000) ejemplifican los efectos de los estereotipos en la salud. En este caso, después de presentar a los participantes el estereotipo positivo o negativo de los mayores, se les pidió que realizaran una prueba matemática y verbal. Los participantes que fueron expuestos al estereotipo negativo tenían mayor grado de actividad cardiovascular, mayor tasa cardíaca, presión sanguínea y conductancia de la piel. Los resultados de este estudio se complementan con los aportados por Hess, Hinson y Statham (2004). Estos investigadores querían confirmar que este tipo de resultados se deben al hecho de que los estereotipos negativos provocan expectativas negativas en las áreas relacionadas con el estereotipo. Para comprobar esta hipótesis, realizaron un estudio en que demuestran que simplemente con definir una tarea como de habilidad matemática, el nivel de ejecución de los adultos mayores decaía respecto a un grupo equivalente que creía que estaba haciendo una tarea presentada de otro modo. Nuevamente, estos resultados se pueden explicar desde la teoría de la amenaza del estereotipo. Una conclusión importante a la luz de esta teoría es que el estereotipo puede perjudicar, aunque no sea creído; simplemente conocerlo produce estos efectos.

La idea de presentar estos trabajos es poner de manifiesto que, al margen de los cambios físicos y sensoriales que se producen a lo largo de la vida, y especialmente en los últimos años, los estereotipos negativos potencian de forma significativa estas pérdidas. Por ello se cita el envejecimiento social, para destacar la influencias sociales en lo que, en apariencia, se debe exclusivamente a deterioros fisiológicos. En este caso, el supuesto deterioro de las capacidades mentales ocasiona peor ejecución. En cambio, estos estudios apoyan la idea de que el perjuicio perjudica el funcionamiento y el desarrollo normal de las personas de edad avanzada.

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