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La diversidad de familias presentes en las sociedades occidentales de hoy día hace replantearse si la familia tiene unas funciones estándares o si estas dependerán de cada tipología familiar. Así, por ejemplo, algunas funciones tradicionalmente atribuidas a la familia, como la reproductiva, la educación formal y religiosa o la función de cuidado de ancianos y enfermos, han perdido importancia a lo largo de las últimas décadas. La función reproductiva es, actualmente, menos relevante para algunos tipos de uniones donde los cónyuges deciden no tener descendencia y prueba de ello es el número de nacimientos, que está disminuyendo en la mayor parte de países industrializados. También las actuales sociedades de servicios están asumiendo, cada vez más, la función de cuidado de ancianos y enfermos con iniciativas tanto públicas como privadas mediante instituciones especializadas. Y la función de educación formal y religiosa se ha delegado a instituciones fuera de la familia, como los colegios e institutos, laicos y religiosos. Sin embargo, es indudable que la familia continúa desempeñando algunas funciones básicas y, en mayor medida, comunes a todos los tipos de familias actuales, como es el caso de las funciones económicas y de apoyo o afectiva.

Así, Musitu y Cava (2001) sugieren que en la sociedad actual se espera que la familia, al menos la unión denominada nuclear, cumpla funciones de compañía, actividad sexual, apoyo mutuo y educación y cuidado de los hijos. La familia continúa siendo la única institución que cumple simultáneamente varias funciones clave para la vida de la persona y también para la vida en sociedad. La familia es, por tanto, una institución que economiza muchos medios y recursos, y que ordena y regula:

  1. la conducta sexual, mediante una serie de normas y reglas de comportamiento, como la prohibición del incesto y la sanción del adulterio;
  2. la reproducción de la especie con eficacia y funcionalidad;
  3. los comportamientos económicos básicos y más elementales, desde la alimentación hasta la producción y el consumo;
  4. la educación de los hijos, sobre todo, en las edades más tempranas y difíciles, y
  5. los afectos y los sentimientos, con su expresión íntima y auténtica.

Si uno se detiene un poco más en algunas de estas funciones, es evidente que la familia actual continúa cumpliendo una función económica de gran importancia. Siguiendo el análisis realizado por Alberdi (1999), el hogar familiar es una unidad económica que se caracteriza, entre otras cosas, por poner sus recursos en común y que, en el momento actual, es la institución que está permitiendo soportar el coste social del desempleo de jóvenes y adultos, además de encargarse, en numerosas ocasiones, del cuidado de personas con algún tipo de discapacidad. En definitiva, la red de parentesco familiar es, sin duda, la mejor red de protección social y económica en las sociedades actuales.

Otra característica fundamental de la familia consiste en el hecho de que suele ser la principal fuente de apoyo y afecto para sus integrantes. Aunque los conflictos están presentes, en mayor o menor medida, en todas las relaciones familiares, continúa siendo el contexto por excelencia en que la persona suele buscar consuelo y ayuda tanto de tipo material como emocional. Musitu, Román y Gutiérrez (1996) sostienen que la familia, mediante las relaciones de afecto y apoyo mutuo entre sus miembros, cumple a su vez varias funciones psicológicas para las personas, como mantener la unidad familiar como grupo específico dentro del mundo social, generar en sus integrantes un sentido de pertenencia y proporcionar un sentimiento de seguridad, contribuir al desarrollo de la identidad personal, fomentar la adecuada adaptación social, promover la autoestima y la autoconfianza, permitir la expresión libre de sentimientos y establecer mecanismos de socialización y control del comportamiento de los hijos con las prácticas educativas utilizadas por los padres.

Así, la familia con hijos, en particular, cumple una función principal de socialización. La socialización puede definirse como el proceso mediante el cual las personas adquieren valores, creencias, normas y formas de conducta apropiados en la sociedad a la cual pertenecen (Navarro, Musitu y Herrero, 2007). En ella, las personas aprenden los códigos de conducta de una sociedad determinada, se adaptan a estos códigos y los cumplen para un adecuado funcionamiento social. La meta final de este proceso es, por tanto, que la persona asuma como principios-guía de su conducta personal los objetivos socialmente valorados, es decir, que llegue a adoptar como propio un sistema de valores internamente coherente que se convierta en un filtro para evaluar la aceptabilidad o incorrección de su comportamiento (Molpeceres, Musitu y Lila, 1994). La familia es un contexto privilegiado para este fin.

Principales funciones de la familia:

  • Económica: la familia regula los comportamientos económicos básicos y más elementales, desde la alimentación de sus integrantes en la infancia hasta la provisión financiera a los hijos adultos necesitados.
  • Afectiva o de apoyo: la familia permite la expresión íntima de afectos y emociones. Además, es pro­veedora de recursos materiales y personales a sus integrantes. Es el lugar elegido por la mayoría de personas para solicitar consuelo y ayuda.
  • Socializadora: una de las funciones principales que desempeña la mayoría de familias es la del cuidado y atención de los hijos, pues procura su desarrollo integral, psicológico y social. Desde la familia se ejerce la principal labor de transmisión de valores a los hijos mediante la aplicación de prácticas educativas concretas.
  • AsistenciaI: esta función se desarrolla principalmente cuando algún miembro de la familia presenta un problema específico que requiere atención y ayuda especiales.

En definitiva, la familia desempeña funciones de gran relevancia a lo largo de todos los períodos evolutivos: infancia, niñez, adolescencia, edad adulta y tercera edad. Así, las primeras relaciones interpersonales desde el nacimiento se producen con los padres y, por tanto, estos se convierten en nuestros primeros proveedores de afecto y los más destacables referentes en el desarrollo del sentimiento de seguridad y de pertenencia. De hecho, numerosos estudios relacionan el vínculo emocional o apego seguro con los cuidadores principales con el posterior ajuste psicosocial de la persona. Aunque los compañeros de juego van adquiriendo una importancia creciente, los padres continúan siendo las personas más influyentes en el desarrollo y estabilidad emocional del niño. En estos primeros años, los estilos de crianza parental tienen un marcado efecto en el ajuste de los más pequeños: la personalidad de los hijos puede ser moldeada por el carácter más permisivo, democrático, negligente o autoritario en que se ejerce la función socializadora familiar.

Conforme avanza el período de la niñez, los amigos, vecinos y profesores comienzan a formar parte importante de la red social cada vez más compleja de la persona, pero los padres continúan siendo los principales proveedores de afecto, atención y cuidados. Además, los padres, como modelos de comportamiento, van a influir marcadamente en las relaciones sociales que el niño establezca o forje fuera del contexto familiar. Por ejemplo, el niño utilizará las estrategias y las habilidades sociales que haya aprendido en la familia para comunicarse con sus iguales y sus profesores en el contexto escolar. No puede olvidarse, además, que los padres van a delimitar el tipo de relaciones que sus hijos tienen con otros iguales y adultos desde el momento en que ellos eligen un centro educativo determinado o facilitan o dificultan el establecimiento de contactos sociales dentro del vecindario o comunidad, por poner algunos ejemplos.

En la adolescencia, la red social tiene una nueva composición, en la cual las relaciones de amistad con los iguales y los encuentros con las primeras parejas provocan, en algunos casos, el mayor distanciamiento entre padres e hijos. El proceso de configuración y consolidación de la identidad y la demanda creciente de mayor autonomía, ambos aspectos característicos de la adolescencia, son una fuente potencial de tensión y estrés en el sistema familiar, que puede aumentar la frecuencia o intensidad de ciertos conflictos. Estos conflictos pueden ser entendidos como una oportunidad idónea para el planteamiento de la reestructuración de las normas familiares utilizadas hasta ese momento en la socialización y educación de los hijos. No solo el adolescente debe adaptarse a los cambios físicos, cognitivos y sociales propios de esta etapa del ciclo vital, sino que también la familia debe adaptarse a la nueva situación y continuar siendo el referente principal de apoyo y afecto para el joven.

Una vez que los hijos son mayores, puede ser necesario desarrollar una función asistencial con los padres ancianos en caso de que estos necesiten ayuda específica. No obstante, a este respecto es importante señalar que el aumento de la esperanza de vida al cual se ha asistido en las últimas décadas en numerosos países, como consecuencia de las mejoras en la medicina, higiene y alimentación, ha conllevado que cada vez más mayores alcancen edades avanzadas sin mostrar deterioro grave de salud física o cognitiva; por el contrario, muchos de ellos presentan un nivel de salud aceptable que les permite no solo valerse por sí mismos sino, además, contribuir a las tareas familiares. En la actualidad, de hecho, existe una nueva función familiar relacionada con la mayor funcionalidad de nuestros mayores: el cuidado de las generaciones más jóvenes, es decir, de los nietos.

Hoy día, es fácil observar que los mayores no son meros receptores pasivos de ayuda sino que muchos de ellos contribuyen al sustento de la familia y participan activamente en la crianza y educación de los nietos.

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