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El tratamiento cognitivo conductual de la fobia social está fuertemente consolidado, siendo una intervención empíricamente validada y constituyendo el tratamiento de elección a la hora de abordar este trastorno. Las estrategias que se utilizan habitualmente en los programas de tratamiento, como el entrenamiento en relajación, la reestructuración cognitiva, el entrenamiento en habilidades sociales y la exposición han demostrado su eficacia a través de multitud de estudios. La mayoría de los programas incluyen uno o más de estos procedimientos. Cuando la fobia social es de tipo generalizado, es probable que se incluyan la mayoría de los mismos, mientras que si es de tipo especifico o circunscrito con una o dos puede ser suficiente.

Aunque las estrategias de tratamiento para la fobia social tengan un claro apoyo empírico, futuras investigaciones podrían ayudar a mejorar la eficiencia de los programas. En estos momentos, el tiempo medio de los programas de intervención en grupo puede estar en unas 10 o 12 semanas. Aunque es un tiempo razonable, tal vez pudiera disminuirse utilizando las nuevas tecnologías.

Una asignatura pendiente del área es la prevención de la fobia social. Si sabemos que un tipo de temperamento denominado inhibición conductual pudiera estar en la base del desarrollo del trastorno en parte de los pacientes, tal vez podríamos modular y controlar ese temperamento por medio de programas de entrenamiento en habilidades sociales dirigidos a los niños y llevados a cabo en las escuelas. De esta forma, no solamente evitaríamos el desarrollo de buena parte de las fobias sociales, sino que ayudaríamos probablemente a los sujetos más agresivos a ser más competentes socialmente. Una segunda consecuencia de este tipo de programas de prevención podría ser la disminución del acoso escolar, ya que los niños inhibidos, más propensos a sufrir este tipo de intimidación, dejarían de ser inhibidos, y los acosadores, generalmente más agresivos, podrían manifestar comportamientos más prosociales.

Las intervenciones futuras deberían dedicar un mayor esfuerzo en prevenir el desarrollo de la fobia social y la intervención en la infancia y primeros años de la adolescencia, por medio de programas aplicados en el ámbito escolar, podría ser una estrategia adecuada. Bien es cierto que los resultados se verían a medio y largo plazo, algo que se da de bruces con muchos de los proyectos de investigaciones financiados, que frecuentemente exigen resultados a corto plazo.

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