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La infancia puede considerarse un producto humano y un producto social (Berger y Luckman, 1978). El contexto social en el que cotidianamente se desenvuelve la vida de niños y niñas en una sociedad, está configurado no sólo por elementos materiales sino también por los elementos actitudinales y psicosociales que los adultos mantienen hacia la población infantil. La familia, además de tener un papel fundamental en el crecimiento biológico del ser humano, ofrece el primer contexto de relación social en el que resultan especialmente relevantes la formación de vínculos emocionales de especial trascendencia para el adecuado desarrollo del ser humano (Sierra y Giménez, 2002; Kail y Cavanaugh, 2006). La cualidad de las interacciones y los vínculos que se generan en la familia son unos de los factores más determinantes del progreso psicosocial y emocional de un individuo (NICHD, 2005). Estas relaciones y vínculos se generan dentro del marco de las estrategias educativas y socializadoras que utilizan los padres, las cuales empezarán a hacerse patentes durante la etapa preescolar.

No cabe duda de la importancia de la educación como determinante clave del comportamiento infantil, y del papel que juegan los factores familiares en el desarrollo y / o mantenimiento de los trastornos del comportamiento perturbador (Edwards y cols., 2007). La familia es el grupo de referencia encargado de transmitir al menor el conjunto de normas y valores sociales, a través de las actitudes y comportamientos de los padres. El consenso en cuanto a la relación que existe entre la familia y los problemas de conducta, ha motivado el estudio de las variables estructurales y de funcionamiento familiar que pueden explicar el desarrollo de estos trastornos (Otero-López, 2001). En este mismo sentido, el concepto de «clima familiar» constituye uno de los factores que más influye sobre la dinámica familiar, destacando, sobre todo, dos de sus principales variables: la cohesión y la comunicación entre los miembros (MontielNaval, Montiel-Barbero y Peña, 2005). Así, se ha observado que un ambiente familiar caracterizado por una baja cohesión, un alto nivel de conflicto y una baja satisfacción marital está relacionado con una mayor probabilidad de aparición de trastornos de conducta en la infancia (Drabick, Gadow y Sprafkin, 2006) y que tales dificultades se ven incrementadas cuando el ambiente familiar es caótico y los padres no promueven las habilidades de autorregulación y autocontrol en sus hijos (Miranda-Casas y cols., 2003).

1. Estilos educativos

Lo que denominamos estilos educativos o pautas de crianza corresponde a un patrón conductual complejo que incluye numerosas conductas específicas que funcionan de forma individual y sinérgica para conseguir determinados cambios en los niños, cambios que están dirigidos a lograr su adaptación emocional y conductual en una sociedad concreta. El constructo de pauta de crianza refleja las variaciones normales en los estilos e intentos de los padres de controlar y socializar a sus hijos (Baumrind, 1991).Una pauta de crianza describe variaciones normales dentro de los estilos educativos y de interacción padres-hijos, es decir, no se consideran pautas de crianza o estilos educativos los comportamientos desviados propios de padres abusadores o negligentes.

Aunque determinados comportamientos específicos de los padres (emitir un castigo negativo ante un comportamiento inadecuado) sin duda producen efecto sobre el desarrollo del niño, contemplar estas pautas concretas de forma individual puede llevar a conclusiones imprecisas. Las pautas conductuales específicas y aisladas son menos relevantes que el patrón general de crianza a la hora de predecir un desarrollo normal y armónico en el niño. No obstante, y aún sabiendo que estos estilos educativos tienen relevantes consecuencias sobre el desarrollo psicosocial de los individuos, lo cierto es que actualmente se parte de premisas que conciben el proceso educativo o de crianza como bidireccional y dinámico (Sierra y Giménez, 2002):

  1. Las relaciones padre-hijo son bidireccionales. La elección de un estilo educativo dependerá tanto de la historia personal de los padres, como de las características del niño y su respuesta al estilo educativo que empiece a implantarse (Van Leeuwen y cols., 2004).
  2. Los estilos educativos no son pautas conductuales rígidas, sino que son tendencias que pueden modificarse por la experiencia en el rol de padre y que pueden cambiar tanto entre un hijo y otro, como con cada hijo, dependiendo de las circunstancias y del momento personal del padre y del niño. En cualquier caso, se consideran formas de comportamiento con una alta consistencia.

Gran parte de la investigación actual sobre estilos educativos se fundamenta en los estudios de Baumrind (1967). Esta autora observó el tipo de interacciones que se daba entre los padres y sus hijos y clasificó estas interacciones tomando como referencia dos dimensiones: exigencia y receptividad. La exigencia recogía si los padres eran o no rígidos a la hora de imponer normas y hacerlas cumplir a sus hijos. La receptividad se refería a hasta qué punto los padres eran sensibles o receptivos ante las demandas que sus hijos les hacían. A partir de la combinación de estas dos dimensiones Baumrind (1967) propuso tres estilos educativos: democrático, autoritario y permisivo.

Estas categorías propuestas por Baumrind fueron posteriormente redefinidas por MacCoby y Martin (1983). La dimensión exigencia pasó a llamarse control, haciendo referencia al grado de presión que los padres ejercen sobre sus hijos para que estos cumplan con los objetivos que consideran deseables.

La receptvidad, por su parte, se integró en una dimensión más amplia denominada afecto. El afecto hace referencia al grado de sensibilidad y capacidad de los padres para tomar en cuenta y responder a las demandas de sus hijos.

MacCoby y Martin (1983) proponen tener en cuenta el grado en que se manifiestan estas dos dimensiones de forma conjunta, y ésta es precisamente una de sus aportaciones, el interpretar las actitudes y conductas de los padres hacia sus hijos como un continuo. Además, los autores desdoblan el estilo permisivo de Baumrind en permisivo e indiferente.

La categorización de las pautas de crianza en relación a las dimensiones control (exigencia) y afecto (receptividad) crea una tipología de cuatro estilos educativos: democrático, autoritario, permisivo e indiferente (MacCoby y Martin, 1983). Cada uno de estos estilos refleja patrones normales de interacción padres- hijos en cuanto a conductas y valores (Baumrind, 1991). Además estos estilos de crianza se califican y representan mediante dimensiones continúas y no como categorías estanco.

  • Estilo democrático. Se trata de padres que son a su vez exigentes y receptivos con sus hijos. Consideran a éstos como sujetos activos en el proceso de socialización y desarrollo y dotan de gran importancia al afecto y a la emoción en dicho proceso. Este tipo de padres examina la conducta de sus hijos e impone criterios claros sobre el comportamiento que deben tener los niños, pero establecen una jerarquía respecto a la cualidad y al cumplimiento de las normas, y fomentan el diálogo y el razonamiento sobre ellas. Son asertivos, pero no intrusivos o restrictivos. Sus métodos disciplinarios se basan más en el apoyo que en el castigo. Su método educativo persigue lograr individuos asertivos, responsables, con alto grado de auto-control, además de cooperativos.
  • Estilo permisivo. También denominado indulgente, estos padres son más receptivos que exigentes. Son poco convencionales o sujetos a las tradiciones, además son tolerantes y condescendientes. No exigen un comportamiento responsable o maduro en sus hijos, y permiten que sus hijos impongan sus propios criterios de auto-regulación, justificando aquellas conductas que muestran tendencia a desviarse de las normas sociales establecidas. Suelen evitar también la confrontación con sus hijos. Los padres permisivos pueden dividirse en dos tipos, en función del grado de implicación en la educación de sus hijos; por un lado, están aquellos que se acercan a un estilo democrático, y que a pesar de su estilo indulgente son más conscientes de la necesidad de establecer límites y están más implicados y comprometidos con la educación; en el otro extremo, están los padres no directivos, a cuyo estilo indulgente se suma un grado mínimo de implicación en la regulación de la conducta de sus hijos.
  • Estilo autoritario. Estos padres son extremadamente exigentes y directivos, pero no receptivos. No se considera importante el aspecto emocional de las relaciones padres-hijos. Apelan a la obediencia a la autoridad para el cumplimiento de las normas impuestas a sus hijos. En general, conforman un contexto bien ordenado y estructurado con reglas claras y explícitas. A su vez, los padres autoritarios se dividen en dos tipos: los directivos-no autoritarios, quienes tutelan el rumbo del desarrollo de sus hijos pero sin ser intrusivos y autocráticos con el uso del poder, y aquellos que son directivos y autoritarios, quienes desarrollan un patrón de control tremendamente intrusivo.
  • Estilo indiferente. Son poco exigentes y receptivos. Este estilo educativo supone una paternidad no responsable. La implicación emocional de este tipo de padres es baja y se combina además con una falta de exigencia. Los padres indiferentes intentan que la educación de sus hijos conlleve el mínimo esfuerzo por su parte. En casos extremos, este estilo educativo puede ser comparado con patrones de comportamiento negligentes o de rechazo a sus hijos, aunque, en general, la mayor parte de los padres de este tipo están dentro de los límites definidos como normales.

Además de las diferencias en las dimensiones afecto y control, las pautas de crianza pueden diferir también en una tercera dimensión denominada control psicológico y que «se refiere a los intentos de control que se inmiscuyen en el desarrollo psicológico y emocional del niño» (Barber, 1996) mediante prácticas como la inducción de sentimientos de culpa, vergüenza o retirada de cariño.

Una diferencia clave entre los padres democráticos y autoritarios se relaciona con esta dimensión de control psicológico. Ambos estilos establecen elevadas demandas sobre sus hijos y esperan que estos se comporten de forma adecuada y obedezcan las normas paternas. Sin embargo, los padres autoritarios esperan además que sus hijos acepten sin cuestionamiento sus juicios, valores y objetivos. Por el contrario, los padres democráticos estás más abiertos a escuchar y ofrecer explicaciones a sus hijos. De esta forma, aunque ambos son equiparables en cuanto al grado de control conductual que ejercen, los padres democráticos tienden a ejercer un menor control psicológico, que los autoritarios quienes utilizan en mayor medida ese tipo de prácticas.

2. Consecuencias de los estilos educativos en los niños

La investigación sobre los estilos educativos ha mostrado que este factor es un buen predictor del desarrollo ajustado del niño en los dominios correspondientes a desempeño social, resultados académicos, desarrollo psicosocial y afectivo y problemas conductuales (Baumrind, 1991; Miller y cols., 1993; Weiss y Schwarz, 1996; Piko y Balazs, 2012). Estas investigaciones, basadas en entrevistas a padres, informes de los niños y de los adolescentes y observación de los padres de la conducta de sus hijos, han mostrado consistentemente los siguientes resultados:

  • Los niños y adolescentes con padres de estilo democrático se valoran a sí mismos, y son evaluados mediante métodos objetivos, como más competentes social e instrumentalmente que aquellos niños cuyos padres no corresponden a esta categoría educativa.
  • Los niños y adolescentes cuyos padres no están implicados y comprometidos en su educación tienen una peor ejecución en todos los dominios.
  • Los niños y adolescentes educados con indiferencia muestran un desarrollo deficiente al carecer de vínculos emocionales y de estimulación afectiva y cognitiva. Su capacidad y competencia social es escasa, mostrando, sobre todo con adultos, una acusada tendencia a la dependencia.

En general, la receptividad paterna parece ser un buen predictor de competencia social y funcionamiento psicosocial (Dix y cols., 2004; Pomeranz y cols., 2005), mientras que el grado de exigencia paterno se asocia con competencia instrumental (conducta orientada a objetivos) y control conductual (ej. rendimiento académico). Los niños cuyos padres carecen de una de estas dos características o de ambas pueden manifestar algunos problemas:

  • Los niños y adolescentes de familias autoritarias (altas exigencias y pobre receptividad) tienden a mostrar una ejecución moderadamente buena en la escuela y a no implicarse en problemas. Además, muestran cierto déficit de habilidades sociales, una autoestima más baja, y niveles altos de depresión y de ansiedad, en relación a las familias de carácter más democrático.
  • Los niños y adolescentes de familias permisivas (alta receptividad y baja exigencia) presentan una mayor tendencia a implicarse en problemas y tienen un peor rendimiento en la escuela, sin embargo, presentan una mayor auto-estima, mejores habilidades sociales y menores niveles de depresión en relación con familias autoritarias.

En general, la literatura sobre estilos educativos muestra de forma consistente cómo la crianza con un estilo democrático se asocia a altos niveles de competencia social y menores problemas de conducta tanto en niños como en niñas en todas las fases del desarrollo. Los beneficios del estilo educativo y los efectos adversos de la falta de implicación en la educación son evidentes desde los primeros años y continúan durante la edad escolar y la adolescencia, así como en la vida adulta temprana. Aunque se pueden encontrar diferencias en competencia ligadas a cada estilo, las mayores diferencias se evidencian entre los niños cuyos padres no se implican en el proceso educativo y sus homólogos con padres implicados. Las diferencias entre los niños criados con estilo democrático y sus iguales de otros grupos muestran también gran consistencia, aunque son menores (Bronte-Tinkew, Moore y Carrano, 2006). De la misma forma que los padres democráticos parecen capaces de establecer el balance entre sus exigencias de adhesión a las normas y su respeto por la individualidad del niño, los niños criados con este estilo parecen capaces de alcanzar el equilibrio entre las demandas externas de conformidad con las normas y sus necesidades de individualización y autonomía.

3. Influencia del sexo, grupo de procedencia y tipo de familia

El estudio de las interacciones entre variables sociodemográficas y estilos educativos no ha tenido en nuestro país un desarrollo suficiente como para poder aportar datos concluyentes. No obstante, los datos procedentes de otros países pueden apuntar resultados que bien se podrían reproducir en nuestro país o servir de heurístico que dirija la investigación en este campo, dado el cambio social que se está produciendo con la integración de nuevas culturas.

Aunque en EEUU el estilo democrático es más frecuente entre familias intactas, de clase media y descendientes de europeos, la relación entre estilo democrático y competencia y ejecución es bastante similar en todos los grupos sociales evaluados. No obstante hay algunas matizaciones a esta afirmación:

  1. el nivel de exigencia establecida como factor promotor de un desarrollo psicosocial adecuado parece ser menos crítico en el caso de las niñas que de los niños (Bronte-Tinkew y cols., 2006).
  2. El estilo democrático predice buenos resultados en el desarrollo psicosocial y menos problemas de conducta en todos los grupos sociales evaluados (americanos de procedencia africana, asiática, europea o hispana) no obstante, la asociación de este estilo con el rendimiento académico se puso de manifiesto sólo en el grupo de procedencia europea, y en menor medida en el grupo de procedencia hispanoamericana. Estas diferencias étnicas observadas pueden obedecer a diferentes prácticas de manejo conductual, diferencias en el contexto social general en el que se mueve la familia o en el significado cultural de las dimensiones que califican un estilo educativo (Behnke y cols., 2011).

4. Conclusiones sobre los estilos educativos

En resumen, las pautas de crianza suponen un sólido indicador de funcionamiento paterno, que predice el adecuado desarrollo del niño a lo largo de un amplio espectro de comunidades y ambientes. Tanto la receptividad como la exigencia paterna son importantes componentes de la buena educación. El estilo educativo de carácter democrático, que compagina claras y altas demandas con receptividad emocional y el reconocimiento de la autonomía del niño, es uno de los predictores más consistentes de la competencia general del niño desde los primeros años y más allá de la adolescencia. No obstante, a pesar de la larga y robusta investigación sobre estilos educativos, hay cuestiones sobresalientes que permanecen sin abordar, entre ellas los cambios que se dan en las manifestaciones del estilo educativo en función de los cambios en el desarrollo, el conocimiento sobre los correlatos de los diferentes estilos educativos o bien llegar a desentrañar el proceso por el que se generan los beneficios asociados al estilo educativo democrático (Schwarz y cols., 1985; Baumrind, 1991; Darling y Steinberg, 1993; Barber, 1996).

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