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Los tics y hábitos nerviosos, son comportamientos que producen un elevado grado de malestar en las personas que los sufren. Asimismo con bastante frecuencia los psicólogos, neurólogos, psiquiatras, etc., son consultados acerca de qué tratamientos son más eficaces y eficientes para estos problemas. A pesar de estos aspectos, el DSM-IV-TR (APA, 2000) únicamente tiene en cuenta dentro de su clasificación nosológica a los trastornos de tics y a la tricotilomanía.

Asimismo, uno de los aspectos que resultan polémicos, desde una perspectiva conceptual, es el grado en que los tics y hábitos nerviosos son comportamientos involuntarios (Servera, 2002).

Por otra parte, para evaluar a los niños y adolescentes que tienen tics o hábitos nerviosos se suelen aplicar diferentes técnicas. Entre ellas destacan la entrevista con el sujeto y con otras personas significativas para él, diversas escalas de evaluación, junto con la autoobservación y la observación sistemática que otras personas realizan de su conducta problema (Bados y Vilert, 2002).

Ahora bien, aunque existen diversas escalas, que cuentan con buenas propiedades psicométricas, y que son útiles para evaluar estos problemas, uno de los retos de futuro es validarlas con población española.

Desde otra perspectiva, los tics y hábitos nerviosos habitualmente se explican en función de teorías biológicas —influencias genéticas, diferencias neuroanatómicas y la actividad neuroquímica—, psicológicas (principalmente conductuales), ambientales, y también en función de teorías mixtas, que integran una gran diversidad de factores. Sin embargo, sigue sin conocerse la verdadera causa de los tics y hábitos nerviosos (Bados, 1995; Miltenberger y Woods, 2001).

Dentro del contexto clínico, el procedimiento de inversión del hábito, propuesto por Azrin y Nunn (1973; 1977), es el tratamiento psicológico que ha mostrado una mayor eficacia en los trastornos por tics y hábitos nerviosos (Bados, 1995; Bate et al., 2011; Miltenberger y Woods, 2001; Verdellen et al., 2004). Sin embargo, supone un programa de intervención bastante complejo al incluir múltiples técnicas. Recientemente, se han obtenido buenos resultados al aplicar a estos problemas versiones reducidas de este procedimiento, e incluso al emplear uno solo de los componentes de este procedimiento (ej. entrenamiento en conciencia o respuesta competitiva). Ahora bien, en niños las versiones reducidas tienden a incluir el entrenamiento en conciencia, la práctica de respuestas competitivas de forma contingente al tic o hábito nervioso y el apoyo social.

Otro tratamiento conductual que resulta prometedor para la intervención de los trastornos de tics y hábitos nerviosos es la exposición con prevención de respuesta (Verdellen et al., 2004), aunque se requieren más investigaciones para que esta técnica se considere empíricamente validada. También, otras intervenciones de tipo psicosocial (grupos de apoyo, etc.) que aunque no estén basadas en la evidencia para la intervención de estos trastornos, pueden ser importantes desde una perspectiva clínica y, en cualquier caso, conviene seguir investigando acerca de su utilidad (Verdellen et al., 2011).

Según Verdellen et al. (2011) la primera opción de tratamiento de los trastornos de tics en niños y adolescentes es la aplicación de la reversión del hábito o de la exposición y prevención de respuesta; posteriormente evaluar si se han producido o no cambios significativos después de diez sesiones de tratamiento. En caso de que no haya remisión de síntomas habría que intercambiar una técnica conductual por otra. Si, a pesar del cambio de técnica, no hay respuesta al tratamiento, habría que plantearse la posibilidad de aplicar medicación o un tratamiento combinado de fármacos y técnicas conductuales.

Finalmente, conviene realizar más investigaciones controladas sobre la eficacia diferencial de múltiples tratamientos. Por ejemplo, comparar el programa de inversión del hábito completo con algunos de sus componentes; comparar la inversión del hábito con otros tratamientos psicológicos —ej. con la exposición en vivo con prevención de respuesta— y psicofarmacológicos; determinar qué tratamientos son más eficaces en función de cada individuo; y, por último, establecer cuál es el mecanismo por el que tanto la respuesta competitiva como el entrenamiento en conciencia del tic o hábito nervioso, por separados, producen una disminución en la frecuencia de estos comportamientos (Woods y Miltenberger, 1995).

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