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A continuación se presentan algunas cuestiones que pueden ser de interés práctico en la evaluación de los niños y de sus padres.

¿Qué bagaje debe tener una persona que se dedique a evaluar trastornos en la infancia?

Debe tener nociones muy claras sobre el desarrollo infantil, psicopatología infantil, evaluación psicológica infantil y, si va a realizar también la intervención, dominar las técnicas de intervención psicológica eficaces.

¿Hay que solicitar permiso para evaluar al niño?

El niño es un menor y, como tal, su capacidad legal para decidir sobre cuestiones que le competen es limitada. Son los responsables de su custodia legal (por lo general sus padres) los que deben autorizar la evaluación. Cuando la iniciativa de evaluar parte de los padres, la autorización está implícita en la demanda. Pero cuando es otra persona o entidad la que solicita la evaluación diagnóstica, siempre hay que requerir de los responsables legales del niño el permiso para evaluar. Este sería el caso, por ejemplo, si es la escuela la que tiene la iniciativa de consultar por el niño, o se está realizando una investigación en la que se acude a la escuela para preguntar a los niños (sobre sus sentimientos depresivos, consumo de sustancias, etc.).

Independientemente de quién es legalmente la persona que autoriza la evaluación, siempre conviene contar con el asentimiento del niño para participar en el proceso, ya que con ello se está garantizando su colaboración.

¿Quiénes deben ser los informadores?

Cuando se evalúa a un niño, no sólo se debe contar con su información sino que también se debe preguntar a sus padres o cuidadores, maestros, y, si puede ser útil, también a los psicólogos u otros profesionales de la salud mental que le hayan tratado anteriormente.

¿Es de esperar que el niño y sus padres concuerden en la información que facilitan?

La concordancia diagnóstica entre los niños y sus padres es habitualmente baja. Los niños y sus padres tienen vivencias distintas del problema y percepciones distintas del mismo. No es infrecuente, por ejemplo, que un niño informe de sentimientos depresivos o de querer morir y que sus padres los desconozcan por completo. Suele existir mayor consistencia intra informadores (el mismo evaluador que valora diferentes rasgos -enuresis, depresión,...) que entre informadores (diferentes evaluadores -padre, niño- valoran el mismo rasgo -depresión). La falta de concordancia no significa que alguna de las fuentes no sea fiable: Cada fuente comunica lo que observa en su ámbito. Niños v padres aportan información diferente, de la que no podemos prescindir. El análisis de los desacuerdos resulta muy útil porque indica las variaciones en la sintomatología del niño en distintos contextos, lo cual ayuda a predecir el pronóstico o plantear la intervención. En general, se obtiene mayor grado de concordancia entre los padres y sus hijos cuando se evalúan trastornos observables (exteriorizados). Hay que subrayar que el patrón de concordancia varía con la edad: las discordancias son mayores entre los adolescentes y sus padres que entre los niños y sus padres. Así pues, la falta de concordancia subraya la necesidad de utilizar múltiples informadores.

Si no están de acuerdo, ¿a quién hay que dar mayor credibilidad?

Puede servir de guía considerar el tipo de comportamiento que se está evaluando y el contexto. Los niños son los mejores informadores de los estados internos y sus padres lo son de las conductas observables y de hechos relacionados con momentos temporales específicos. También puede ser de ayuda considerar el contexto en el que ocurre el comportamiento a evaluar. Así, es posible que los padres desconozcan que el niño no atiende en clase, porque el profesor todavía no les haya informado. En este caso, si el niño informa que le riñen por no atender, el que está en la escuela es él y no sus padres, así que él será mejor informador que los padres.

¿Hay alguna técnica concreta de la que no se pueda prescindir?

Todo proceso diagnóstico en niños debe contar con, al menos, una entrevista con los padres y una entrevista con el niño. Esta técnica tiene la ventaja de que es muy exhaustiva y, si se siguen protocolos estructurados, también tiene buenas propiedades psicométricas.

¿Qué es mejor un diagnóstico categorial o uno dimensional?

Los dos son buenos; simplemente se debe establecer para qué se quieren utilizar. Si el propósito es determinar la presencia o ausencia de un determinado problema o comunicarnos con colegas, se entienden mejor los términos categoriales. Si se está más interesado en los aspectos cuantitativos de la conducta (frecuencia, intensidad, duración) es más preciso utilizar sistemas dimensionales. El tipo de trastorno que se desea evaluar también determinará cuál es el mejor sistema. Hay condiciones que se adecúan más a una de las dos concepciones. Por ejemplo, el síndrome de Down se entiende que es un trastorno discreto, pero la mayoría de los trastornos psicológicos se pueden entender como un continuo que va de la normalidad a la anormalidad. Hay que recordar que los sistemas categoriales son más extensos pero menos fiables, y que los dimensionales son más reducidos pero más fiables. Nada impide usarlos conjuntamente.

¿Se debe hablar conjuntamente con los padres y con el niño?

Hay que reservar espacio para hablar separadamente con los padres y con el niño. De esta manera ambos se pueden expresar sin reservas y pueden dar abiertamente su visión del problema. Sin embargo, también hay que observar cómo los padres y el niño interactúan cuando se discute el problema y, por tanto, habrá que prever encuentros conjuntos. Por debajo de los 13 años se recomienda recibir en primer lugar a los padres y posteriormente al niño, solo o con los padres. Cuando se trata de adolescentes, es aconsejable hablar primero con el adolescente y después con los padres. De esta forma, se evita que el adolescente recele de lo que se haya podido hablar antes con los padres y se le puede explicar inicialmente y de primera mano cuál es el proceso.

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